Ubicación: Ponferrada (León)
El que quiera controlar algo sobre la indumentaria en egipto de épocas anteriores a Jesús, del mismo libro, que es donde parten la mayoría de los posteriores o donde están basados.
La evolución de la indumentaria va en consonancia con las conquistas y el poder establecido en determinada zona, se puede ver claramente en los sacerdotes y levitas presentados anteiormente. Ya llegaremos a las indumentarias orientalistas con influencias de Argelia, Marruecos, Arabia, Turquía, Bizancio etc que tanto gustaron a los viajeros y que rápidamente se difundieron por Europa y que vemos en todos nuestros belenes en mayor o menor medida. También se verán las indumentarias que con mayor o menor acierto nuestros figuristas aplican y que sin estar desviadas o desvirtuadas, en mi opinión, son válidas, aunque si queremos ser puristas habrá que coger "con pinzas". Por eso soy de la opinión que lo que nos están trasladando nuestros figuristas (y otros) lo podemos dar como "lo menos malo" dentro de la gran especulación sin base alguna que existe, por divulgadores (en muchos casos grandes investigadores y que hay que aplaudir su intento) y aprovechados (aunque suene duro es así) que no han visto un tejido en su vida
Desde el siglo XVII ha habido un gran entusiasmo por el orientalismo y el exotismo. Se ha querido revestir el lujo y la fascinación por estas culturas aparcadas y combatidas durante siglos de lo que se carecía en la Europa del Renacimiento y en muchos casos esa explosión barroquizante ha creado escuela y rápidamente se ha trasladado a nuestros belenes, bien es cierto, que a una clase culta y pudiente y el pueblo, la gente llana, ha interpretado eso a su manera y así se ven copias del riqueza ornamental imperante, cuando no eclecticismo total, en humildes figuras con claros elementos cortesanos. En la indumentaria ocurre lo mismo. Los indumentos cortesanos son inmediatamente copiados y dotados de ese frágil sabor "naif" o pueblerino que busca, sin duda, la practicidad pero sin ser menos que esas clases nobles y pudientes. En otras ocasiones el poder establecido ha cercenado estas tradiciones y ha querido buscar "otras tradiciones" para reafirmarse, dislocando el poso dejado durante siglos, donde no había fronteras reales y donde eran capaces de convivir y vivir tres culturas sin mayor problema.
Pero vayamos despacio y que cada uno aplique lo que considere oportuno, ahora Egipto y después vamos con los países limítofes que gran influencia tuvieron....
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Pastorcillo
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Ubicación: Zaragoza
Mi regalito para ti... Jeremfer... como nuevo REY MAGO del foro... a la espera de tu bautizo real...
No hay nada más puro que el corazón de un niño... este es el mensaje de mi cuento... como ves seguimos con... la indumentaria... y el humor que no nos falte por supuesto ji ji.
Espero que te guste.
EL NUEVO VESTIDO DEL EMPERADOR
Hace ya muchos años, hubo un emperador tan aficionado a estrenar trajes, que se gastaba toda su fortuna en vestir. Nunca se le ocurría pensar en cosas del ejército; y si mostraba afición a la caza y al teatro era porque le ofrecían ocasión de lucir su flamante indumentaria. Tenía un vestido distinto para cada hora del día; y, en vez de decirse de él que estaba con sus ministros en consejo, se oía siempre que se hallaba con sus sastres en el guardarropa.
El tiempo transcurría alegremente en la populosa capital de su imperio, a la cual todos los días llegaban numerosos extranjeros. Cierto día, se presentaron en ella dos tunantes, haciéndose pasar por tejedores. Hicieron correr la voz de que sabían fabricar telas de los más variados y artísticos matices, las cuales poseían la prodigiosa virtud de que los trajes hechos con ellas eran invisibles para todas las personas indignas de desempeñar el cargo que ejercían, y para las dotadas de muy escaso talento.
-¡Deben de ser unos trajes magníficos!- exclamó el emperador-. Si yo los poseyera sabría inmediatamente cuáles de mis servidores no merecen desempeñar el cargo que les he conferido, y podría, además, distinguir los necios de los sabios. ¡Qué me tejan inmediatamente la tela necesaria para un traje!
Y al punto hizo dar grandes sumas de dinero a los dos desconocidos, para que comenzasen la tarea sin demora.
Los falsos tejedores armaron dos telares y simularon que trabajaban con gran ahínco, aunque en realidad no hacían nada absolutamente. Como condición indispensable para salir airosos en su empresa, pidieron que les llevaran la seda más delicada y los hilos del oro más puro; pero los guardaron en sus alforjas y prosiguieron su ficticio trabajo en los vacíos telares, hasta horas avanzadas de la noche.
-Desearía saber en qué estado tienen los tejedores mi traje- dijo el emperador para sí, después que transcurrió cierto tiempo. Pero la idea de que los imbéciles y los incapacitados para ejercer el cargo que ocupaban no podían ver el tejido, lo detuvo.
-Claro es- añadió en su fuero interno-, que, por lo que a mí respecta, nada tengo que temer; sin embargo, será preferible enviar a cualquiera otra persona para que me traiga noticias de los tejedores y de su labor. ¿Para qué voy a inmiscuirme yo directamente en esto?
Todos los habitantes de la ciudad habían oído hablar de la maravillosa propiedad que tendría la tela; y era grande el deseo que existía de conocer el grado de sabiduría o de imbecilidad de cada uno.
-Enviaré para que se informe a mi anciano y leal primer ministro- se dijo el emperador, por último-; nadie mejor que él podrá apreciar la belleza del tejido, porque es hombre que posee extraordinario talento, y no es posible que exista otro más idóneo que él para el cargo que desempeña.
El digno primer ministro penetró en el salón, dónde los dos redomados bribones simulaban trabajar asiduamente haciendo mover sin cesar sus lizos y lanzaderas.
-¿Qué significa esto?- se dijo el honrado anciano, abriendo desmesuradamente los ojos-. ¡Yo no veo tejido alguno!
Sin embargo, se guardó muy bien de expresar en alta voz su pensamiento.
Los impostores lo invitaron a aproximarse más a los telares, y le preguntaron después si le agradaba el dibujo y si le satisfacían los colores, señalando con el dedo al mismo tiempo el telar vacío. El pobre primer ministro, por más que aguzó la vista, no logró descubrir el menor rastro de tejido, por la sencilla razón de que no lo había.
-¡Cómo! -pensaba perplejo- ¿Será posible que yo sea un papanatas? Jamás me he tenido por tal, y, en último caso, aunque así fuese, nadie me tiene en semejante concepto. ¿Será tal vez que no soy bastante idóneo para el cargo que desempeño? No; no consentiré que se diga esto. ¡Jamás confesaré que no veo la tela!
-Y bien, señor, ¿no nos dices qué te parece nuestra tela?- le preguntó uno de los bellacos, sin cesar en su fingida faena.
-¡Oh!, ¡admirable! -respondió el primer ministro, examinando los bastidores al través de sus anteojos-. La verdad es que no puedo decir qué me gusta más, si la elegancia del dibujo o la belleza del colorido; ya le haré saber al emperador la excelente impresión que me ha causado el conjunto.
-Te lo agradeceremos muchísimo -dijeron los badulaques; y, después de enumerar los diferentes colores y hacer una descripción acabada del dibujo de la tela, le pidieron más seda y más oro, pretextando que ya se les habían terminado. Guardaron otra vez en sus alforjas la cantidad que les enviaron y prosiguieron haciendo como que trabajaban con la afanosa solicitud de siempre.
El emperador mandó poco después a otro alto personaje de su corte, para que se enterara de la marcha del trabajo y de si la tela tardaría en estar lista. Y le ocurrió a éste lo mismo que al primer ministro; es decir, que por más que examinó los telares, no logró descubrir tela alguna.
-¿No te parece nuestro tejido tan bello como le pareció al señor ministro?- preguntaron los granujas al segundo emisario del emperador.
-¡Yo no tengo nada de estúpido!- reflexionó al instante el mensajero. Pero, por lo visto no soy apto para desempeñar el lucrativo cargo que ejerzo. Esto me parece extraño; sin embargo, nadie lo sabrá jamás.
Y, sin titubear, dedicó grandes elogios a la tela que no veía, manifestando que le satisfacían por igual el dibujo y los colores.
-En verdad, en verdad, Vuestra Imperial Majestad puede estar satisfecha -dijo a su soberano cuando hubo regresado a palacio-, pues el material que los artífices están preparando es de una magnificencia sin límites.
Entonces, el emperador se sintió acometido de una irresistible ansiedad de contemplar la tela en el mismo telar; y, acompañado de un séquito numeroso, en el que figuraban los dos honrados personajes que habían ya admirado la prodigiosa manufactura, se encaminó al taller de los ingeniosos farsantes, quienes, no bien advirtieron la llegada del emperador, se afanaron en simular que trabajaban con más diligencia que nunca, aunque, como de costumbre, sin pasar por el telar ni un solo hilo.
-¿No es parece, señor, un soberbio trabajo?- preguntaron al emperador los dos sinvergüenzas-. ¡Dígnese Vuestra Majestad contemplar estos dibujos magníficos, estos colores espléndidos!
Y al mismo tiempo señalaban con el dedo los trebejos de tejer, porque se imaginaban que todos menos ellos podrían ver aquella exquisita obra de arte.
-¿Cómo puede ser esto?- dijo el emperador para sí-. No veo nada. ¡Esto es terrible! ¿Soy por ventura un imbécil, o es acaso que carezco de aptitud para ser emperador? Esto sería lo peor... ¡Oh, esta tela es un encanto! -exclamó en alta voz.
Sonriendo amablemente, examinó de cerca los vacíos telares, pues por nada del mundo hubiera confesado que no acertaba a ver lo que dos ministros suyos habían alabado tanto. Y a todos los personajes del séquito se les salían los ojos a fuerza de escudriñar los cilindros plegadores, los lizos y todas las partes de los telares; pero ninguno logró descubrir nada. Esto no obstante, todos exclamaron a coro:
-¡Hermosísimo! ¡Incomparable!- y aconsejaron a Su Majestad que se mandase hacer un traje nuevo se aquella magnífica tela, para asistir con él al desfile que muy en breve había de tener efecto.
Los dos bribones permanecieron sentados y cruzados de brazos toda la noche anterior al día del desfile, manteniendo encendidas nada menos que dieciséis luces, a fin de que se hiciera notorio el empeño que ponían en concluir el traje nuevo del emperador.
Cuando llegó el día, se trasladaron a palacio, cargados de voluminosas cajas, y dijeron al soberano:
-Si Vuestra Imperial Majestad se digna despojarse de sus vestidos, le pondremos el nuevo delante del espejo.
Desnudaron al emperador, y los farsantes simularon que le colocaban el nuevo traje, contemplándose aquél sin cesar en el espejo.
-¡Qué magnífica está Vuestra Imperial Majestad con el vestido nuevo, y qué admirablemente le sienta!- exclamaban todos los presentes.
-¡Qué corte! ¡Qué confección! ¡Estas sí que son realmente unas vestiduras regias!
-El palio, bajo del cual ha de ir Vuestra Majestad en el desfile, os espera- dijo entonces al soberano el maestro de ceremonias.
-Ya estoy listo -contestó el emperador.- ¿Me cae bien el nuevo traje? -preguntó mirándose de nuevo en el espejo, como si se recrease en la contemplación de sus nuevas vestiduras.
Los nobles encargados del servicio personal del emperador se inclinaron como para recoger la cola de su manto, y simularon sostener algo en las manos, porque por nada del mundo hubieran confesado que nada descubrían, pues ello habría equivalido a reconocer su imbecilidad o su ineptitud para el cargo de que se hallaban investidos.
El emperador caminaba debajo del palio, en medio del desfile, por las calles de la capital de su imperio, y la inmensa muchedumbre que contemplaba a su paso exclamaba sin cesar:
-¡Oh, qué magnífico es el nuevo vestido que lleva nuestro emperador! ¡Qué manto tan precioso y qué bandas tan espléndidas!
En breve, no quedó un alma que se declarara incapaz de ver tan admirables ropas.
-¡El emperador va desnudo!- gritó ingenuamente un chiquillo.
-¡Es la voz de la inocencia!- hubo de exclamar su padre.
Y las palabras del niño corrieron de boca en boca.
-¡El emperador va en cueros vivos! -acabó por gritar todo el mundo.
El soberano se irritó, pues le constaba que el pueblo decía la verdad. Y convencido, al fin, de que efectivamente había sido hasta entonces inepto para ocupar el trono, resolvió renunciar para siempre a las frivolidades, y consagrarse en cuerpo y alma al gobierno de su imperio.
Temerosos los embaucadores de sufrir el merecido castigo, huyeron, y no se supo más de ellos; y el emperador y su pueblo vivieron enteramente felices por espacio de muchísimos años.