Os adjunto el texto de una felicitación navideña, recibida estas Navidades.
La Granja
Es diciembre, ya se sabe,
éste es un mes especial;
el ambiente está cargado
de ilusión, de amor y paz.
En casa los Valdivieso,
una familia española
al uso tradicional,
como tantas que hoy existen
ni más menos, ni más más,
a las 10 y 10 minutos
se disponen a cenar.
Y en la habitación de al lado,
esperando a su mamá,
Marianete ya dormita
Adriana llorando está.
Y así, como cada noche,
su mamá les contará
un cuento que les ayude
a dormirse y a soñar.
“Hoy tengo para vosotros
una historia de verdad
que pasó hace muchos años
y en diciembre es realidad.
Érase hace mucho tiempo
que Dios padre decidió
mandar a su hijo al mundo
para así hacernos mejor.
Y eligió como su madre
a una joven sin igual
cuya belleza era tanta
que cautivaba al andar.
Y como esposo escogió,
de la Casa de David,
a José, el carpintero,
de la que era paladín.
Más, después del desposorio
se tuvieron que marchar
a Belén a empadronarse
por una orden real.
Ya bien entrada la noche
necesitan descansar.
La jornada ha sido larga
y todos exhaustos van.
Filomeno ni rebuzna;
no puede ni resoplar.
En su lomo va María
que no puede caminar.
Los pobres piden posada,
no cuentan con un reproche,
tienen frío y se les echa
a grandes pasos la noche.
Y la única morada
que hallan en su camino
está repleta y no caben
¡son jugadas del destino!
“Acercaos al establo.
Allí podréis descansar.
-Les invita el posadero-
Aquí no podéis entrar.”
Matilde, que así se llama
la mujer del mesonero
le hace un guiño a Maria:
“descansad, os veo luego.
Me quedaré a vuestra vera
hasta que llegue el momento
pues sabed que soy partera
desde hace mucho tiempo”.
Restituta, la gallina,
que se hallaba agazapada
intentando entre las pajas
poner un huevo de pascua,
al ver gemir a Maria
se desplaza presurosa
para llamar la atención
del posadero o su esposa.
Y la pobre posadera
que estaba haciendo la cena
se asusta al verla volar
y posarse en la alacena.
De pronto se oye un quejido.
Salió rauda como el viento
dirigiéndose al establo,
lanzando mil juramentos.
“Seré tonta, me olvidé
que María me esperaba.
Me lié en la cocina,
con la cena y la colada”
Al abrir el portalón
de tan humilde morada
de la impresión se quedó
sorprendida y tan parada
que la pobre enmudeció
al ver lo que no creía:
“¡Oh Dios, los cielos se abren,
parece que se hace el día!”.
Un rayo azul se descuelga
para posarse en Maria.
Se dibuja un arco iris
de luceros en el cielo
con un letrero que dice
“Gloria in excelsis Deo”.
Una estrella que curiosa
se asomó por la ventana
cedió su luz para dársela
a ese Sol de la mañana.
Otra estrella se coloca
sobre la cuna de cañas
para que el Niño no toque
las pajitas con sus nalgas.
Cinco puntas que le acogen,
cinco puntas que le abrazan
dando calor a su cuerpo,
a ese Rayo de esperanza.
En esto la fiel gallina
empieza a cacarear.
“Tendré que ponerles huevos
para que puedan cenar”.
Inquieta revolotea
alrededor del bebé;
quiere entretener al niño
que se está mordiendo un pié.
“Este niño tiene hambre
hay que darle de comer.
¡María está tan cansada
no se si lo puede hacer!”
Ahueca bien su plumaje,
picotea sus alitas.
Pretende poner sus plumas
en lugar de las pajitas.
De tanto revoloteo
la estancia se vuelve blanca.
Hay tanta pluma en el aire
que no se ve a una distancia.
Filomeno, el pobre asno,
no ceja de estornudar:
“¡ya sabes que tengo alergia
tú me vas a destrozar!”.
Y en uno de sus “achuses”
el pobre no se controla
y se le escapan los mocos
que caen en una perola.
Más del esfuerzo
un cuesco se le escapa
al pobre escuerzo.
Y el Niño al verle
con los velones
se mea de la risa
en los calzones.
Maria le recrimina:
“pon buen cuidado mi bien
mira que el agua es escasa,
no te lo tomes a guasa,
salimos con tantas prisas
que solo cogí dos gasas”.
“Basta ya, tengamos calma”,
-interviene San José-
“dejad de hacer cochinadas
tenéis que portaros bien!
Entre el olor y las plumas
no hay quien esté.
Aquí quisiera yo verle
al bueno de Noé,
y hasta a asegurar
yo me atrevería
que más de una especie
se extinguiría
con este ambiente
irrespirable.
¡Abrid la puerta
que entre el aire!.
Prefiero el frío
a morir asfixiado
por este equino”.
Por la puerta volando
mil pajaritos
traen al Niño pañales
en sendos picos.
Con olor a jazmines
y espliego puro
“¡vaya mariconada!”
-arguye el mulo-.
Y allá por la vereda
vienen zagales
cantándole al Niño
sus madrigales:
“Cantad pastorcillos
alegres marchad
que en Belén el Niño
ha nacido ya”.
“Bien llegó el momento
de la pitanza.
Comerá quien acierte
la adivinanza”
-Les dice Restituta
cogiendo un huevo-
“si adivináis esto
os lo doy luego:
Una cajita redonda
y blanca como el azahar
se abre muy fácilmente
y no se puede cerrar”.
“Yo no he visto en mi vida
más tontería.
Decidla que se calle
Madre María
pues si pretende
que con un huevo solo
nos alimente
vamos de culo.
¡Para tanta gente
un huevo duro¡”
-Rebuzna el burro-.
“Pues no caigo -dice el Niño-,
es que acabo de nacer
¿hay que pensárselo tanto
para hoy poder comer?”.
Y en un descuido
coge el Niño el huevo
con gran sigilo.
Filomeno le mira
algo expectante:
“¡éste va y me lo estampa
en un instante!”
Y en esto que aparece
un ratoncillo
y le roe la cuna
al pobre Niño.
“¡Lo que faltaba
uno más y con hambre
que no trae nada!”.
La cuna al faltarle
una patita
voltea al Niño
y le precipita.
El ratón asustado,
al ver su hazaña
va corriendo y se esconde
tras la guadaña.
Y en esto que llegan
Magos de Oriente
trayéndole al niño
ricos presentes.
Y al ver al Niño
tiradito en el suelo,
hecho un ovillo
le sientan en la grupa
del dromedario,
quien aletea su belfo,
todo ordinario,
muy orgulloso
por ser el elegido
y no el burro soso.
Comienza a levantarse
con el trasero,
dando con el Niño
en el duro suelo.
“¡No, si este chulo
nos joroba al Niño!”
-arguye el mulo-.
Melchor traía oro
y en el camino
tuvo que canjearlo
por un gorrino.
Gaspar fue y su incienso,
el “golosón”,
lo cambió por las frutas
de Aragón.
Mirra que traía
el Rey Baltasar
lo cambió por juguetes
en un bazar,
provocando en el Niño
tal alegría
que se olvida el morado
de la caída.
Y viendo tanta gente
¡que maravilla!
la Virgen va y cocina
unas tortillas.
“¿Cómo lo hizo
si solo había un huevo
en el cobertizo?”.
-Le pregunta Mariano
a su mamá
que utiliza 6 huevos
para cenar-.
“El Niño que jugando
multiplicó
y de un huevo sólo
cientos sacó.
Es que era Dios;
hacía los milagros
de dos en dos.
Y no más preguntas
que no termino
de contaros la historia
de Dios Divino.”
Y ya descansados
del duro viaje
los RR se disponen,
con gran coraje,
a coger sus camellos
y su equipaje.
San José les insiste,
y aún porfía:
“esperad a que pase
la Epifanía
así cumpliremos
la profecía.”
Al ver que marchan
Jesús les pide,
con humildad,
le hagan un regalo
muy especial,
que recuerde a todos
la Navidad:
Y es que no olviden,
cada 5 de enero,
el traerles juguetes
al mundo entero.
Y desde entonces
son las noches del cinco
y el veinticuatro
las noches mejores,
con más encanto,
pues son, sin duda,
noches de amor
y de ternura,
en que Dios Niño
se hace presente
repartiendo su amor
entre la gente.