Aun recuerdo el tristísimo año en que murió mi abuelita, faltando apenas 10 días para la Navidad, quien siempre vivió en casa, con nosotros. Era ella quien con gran entusiasmo, montaba el Nacimiento todos los años. En medio de la tristeza que nos embargaba, mi madre con aplomo, nos dijo hay que hacer el Nacimiento, pues la abuela tenía especial devoción por el Misterio, y así fue ese año en medio de las lágrimas de dolor, celebramos la Navidad, y a las doce de la noche del 24 rezamos al Niño, y en medio de la gran nostalgia, sentimos la presencia de abuela, entre nosotros, rezando el Credo y el Ave María, dirigiendo como siempre la oración. Comprendimos entonces que a través de las costumbres heredadas, siguen presentes nuestros seres queridos, honrando su memoria, al contemplar la dulce mirada del Niño Dios, la dulzura de la Virgencita, y el amor de San José.