Las escenas con ruinas siempre me han cautivado por su simbolismo. En este caso, están planteadas con una sensibilidad excepcional. La primera destaca especialmente por su estética impecable, donde cada elemento parece estar en perfecta sintonía: la construcción, las figuras, todo en su justa medida, demostrando que, a menudo, menos es más.
El arco de la ruina, en diálogo con la figura de la Virgen, establece un juego de geometrías implícitas que es muy sutil. Este equilibrio entre lo estructural y lo emocional dota al conjunto de un empaque único.