Los cristianos celebramos el grandioso acontecimiento de la navidad, Dios ha bajado, se ha hecho uno de nosotros, ha tomado nuestra condición y naturaleza humana, menos la del pecado, ha nacido en el pesebre de belén y quiere nacer en nuestros corazones.
Nuestra actitud debe ser como la de los pastorcitos de belén, ellos acudieron al portal para adorar al niño y ofrecerle sus humildes dones o cómo los reyes magos, que vinieron desde tan lejos para ofrendarle ricos tesoros, pero nosotros como creyentes pondremos nuestro corazón en su pesebre para alabarlo, adorarle y a cambio de las ofrendas de los reyes o la de los pastorcitos de belén, ofrendarle nuestras propias vidas.
La navidad debe ser una celebración para compartir la alegría de nuestra fe y debe girar en torno al pesebre, pero no lo que muchos hacen tan equivocadamente, basándola en el licor y el consumismo. Nosotros como belenistas estamos llamados a un gran desafío, construir en nuestro interior un pesebre que brille por las virtudes, principalmente la humildad, el servicio, la caridad, hacer de nuestro corazón una llama de amor y hacer de él una cuna en dónde Jesús nazca y se quede en nuestra vida para siempre.
Las figuras del pesebre nos deben llevar a pensar que Jesús ha venido para dar sentido a nuestras vidas, pongamos también junto a su cuna a todos los excluidos de nuestra sociedad, son el rostro de Cristo que sufre, pensemos en los inmigrantes, en los enfermos, en los ancianos, en los encarcelados físicamente o por los vicios, en nuestras familias, en nuestros indígenas, en los pueblos más pobres del universo, cada excluido es la presencia viva de Jesús, al visualizarlos en el pesebre pensemos la dura situación en la que viven muchos de nuestros hermanos, en medio de la injusticia social, en medio del profundo abismo entre ricos y pobres, desprotegidos por sus respectivas naciones, abandonados de sus familias y muchas veces olvidados por la Iglesia.
Nunca nos quedemos en la belleza de nuestros pesebres ni en nada externo, preparemos nuestro corazón, revisemos nuestras vidas, edifiquemos con virtudes en nuestro interior un palacio y abramos nuestro corazón a Cristo que se ha hecho hombre y ha venido a nosotros, a su Palabra y ser verdaderos testigos y discípulos de Jesús.
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