Noticias|Artículos|Figuras|Enlaces|belenismo.net

Buscar | Estadísticas | Listado de usuarios Foros | Calendarios | Álbumes | Skins
Foro de Belenismo

¿Quieres anunciarte aquí? - contacta con nosotros

Has entrado como invitado. ( Entra | regístrate )

Cuentos de Navidad

Páginas: 1
 
lilo

lilo
5/12/2008 18:58



Comenzaré con un cuento que aunque no esta relacionado directamente con la Navidad,habla de los angeles,una bonita historia que bien podria traspasar las fronteras de la imaginacion y hacernos sentir como el,como ese niño... procuraré continuar esta saga de cuentos de Navidad..que os guste!!!

-Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo,le toco su turno de nacer como niño y le dijo un dia a Dios:

-me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra,pero ¿ como vivir? tan pequeño e indefenso como soy.
-entre muchos angeles escogí uno para ti , que te está esperando y te cuidará.

-pero dime,aqui en el cielo no hago mas que cantar y sonreir,¿ eso me bastará para ser feliz?
-tu angel te cantará,te sonreirá todos los dias y tu sentirás su amor y serás feliz.

-¿ y como entender lo que la gente me habla,si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?
-tu angel te dirá las palabras mas dulces y mas tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y cariño te enseñará a hablar.

-¿ y que haré cuando quiera hablar contigo?
-tu angel te juntará las manitas ,te enseñará a orar y podrás hablarme

-he oido que en la tierra hay hombres malos ¿ quien me defenderá?
-tu angel te defenderá mas aún a costa de su propia vida.

-pero estaré siempre triste por que no te veré mas...
-tu angel te hablara siempre de mi y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia,aunque yo estaré siempre a tu lado.

En ese instante una gran paz reinaba en el cielo,pero ya se oian voces terrestres,y el niño presuroso repetía con lagrimas en los ojitos sollozando....

-¡¡ Dios mio,si ya me voy dime su nombre!!! ¿ Como se llama mi angel ?

-su nombre no importa, tu le dirás : MAMÁ

Modificado por lilo 5/12/2008 19:00

laica

Ubicación: Aragón
5/12/2008 22:41




Ubicación: Aragón
Precioso, ha sido un placer leerlo, gracias Lupe.

Memen

Ubicación: España
6/12/2008 13:17




Ubicación: España

He encontrado esta leyenda de la Premio Nobel  Selma Lagerlöf 

Del libro “Algunas leyendas de Cristo”

Espero que os guste

La visión del emperador
T rátase de aquellos tiempos en que el emperador Augusto reinaba en Roma y Herodes en Jerusalén. Y sucedió que una noche muy memorable y santa extendiose sobre la faz de la Tierra. Era la noche más negra que jamás contemplaron los siglos; parecía como si la Tierra toda se hubiera sumergido en una caverna inmensa y tenebrosa. Era completamente imposible distinguir la tierra del agua, y por los caminos y senderos más conocidos no se podía hallar el rumbo. Tampoco podía suceder de otra manera, pues del cielo no bajaba el menor rayo de luz. Todas las estrellas habían permanecido en sus moradas y la afable Luna había apartado su faz de la Tierra.

Y la misma profundidad de las tinieblas teníale también el estático silencio. Los ríos habían detenido su curso; no se percibía la menor ráfaga de viento y hasta el álamo temblón había cesado de agitar sus hojas. Si alguien se hubiera acercado a la orilla del mar, habría advertido que las ondas no bañaban la playa, y de estar en el desierto la arena no habría crujido bajo las pisadas. Todo estaba como petrificado e inmovilizado para no alterar el augusto silencio de la noche santa. La hierba no osaba crecer, el rocío no lograba caer y las flores no se atrevían a exhalar sus perfumes.

Aquella noche los animales carniceros no corrían tras la presa, las serpientes no mordían, los perros no ladraban: ninguna cosa inanimada habría podido profanar la santidad de la noche, entregándose a cualquier inconveniencia; ninguna ganzúa hubiera podido abrir una cerradura ni ningún cuchillo hubiese sido capaz de derramar sangre.

Aquella noche, en Roma, un reducido número de hombres llegó al palacio imperial del Palatino, y pasando por el foro tomó la dirección del Capitolio. Los senadores de la ciudad le habían preguntado al emperador anteriormente si se opondría a que le elevaran un templo sobre las sagradas colinas de Roma; pero Augusto no manifestó enseguida su conformidad. No sabía si sería grato a los dioses que él poseyera un templo junto a sus altares, por lo que respondió que antes quería ofrecer un sacrificio nocturno a su genio tutelar, para sondear la voluntad de los dioses. Y era él quien, seguido de algunos fieles, se disponía a llevar a cabo el sacrificio.

Augusto se hizo conducir en su litera, pues ya era viejo y le habría sido penoso subir las elevadas escaleras del Capitolio. El mismo llevaba la jaula con las palomas del sacrificio. Ni sacerdotes, ni soldados, ni senadores le seguían; sólo iban junto a él sus amigos más allegados. Los que llevaban las antorchas iban delante para abrir un camino en las tinieblas, y tras el emperador marchaban los esclavos llevando el altar de tres pies, carbón, cuchillos, el fuego sagrado y todo lo demás necesario para el holocausto.

Como por el camino el emperador hablase animadamente con sus fieles amigos, nadie se dio cuenta del infinito silencio de aquella noche. Sólo cuando hubieron llegado a la terraza más elevada del Capitolio, donde se había elegido el lugar para el nuevo templo, advirtieron que sucedía algo extraordinario.

Aquella noche no se asemejaba a ninguna de sus hermanas. Los recién llegados observaron en lo alto, sobre el ángulo de la roca, una aparición altamente extraña. Al principio creyeron reconocer el mutilado tronco de un olivo milenario; después supusieron que debía tratarse de una estatua antiquísima del templo de Júpiter, puesto sobre las rocas; y, por último, les pareció que aquella aparición no podía ser más que la vieja sibila.

Nunca habían visto nada tan antiguo, tan mohoso ni gigantesco. Aquella viejísima figura de mujer causaba horror. De no haber estado presente el emperador, habrían huido hacia sus casas, para esconderse en el lecho. —Es ella —se decían unos a otros—, la que tiene tantos años como granos de arena hay en las costas de su patria. ¿Por qué habrá salido de su guarida precisamente esta noche? ¿Qué anuncia al emperador y al Imperio, ella, que escribe sus profecías en el follaje de los árboles y sabe que el viento llevará su oráculo hacia aquel a quien está destinado?

Hallábanse todos tan aterrorizados, que hubieran caído de rodillas y hundido su frente en el polvo si la sibila se hubiera movido lo más mínimo. Pero permanecía inmóvil, como sin vida. Estaba agachada al borde de la roca y tenía una mano ante los ojos, a guisa de visera, espiando las tinieblas. Parecía como si hubiera escalado las rocas para contemplar mejor algo que se hallaba escondido en la lejanía, y era tal su fijeza que simulaba distinguirlo a pesar de la densa negrura que reinaba.

En aquel momento el emperador y su comitiva se percataron de la oscuridad reinante. Nadie podía distinguir nada a un palmo de distancia. ¡Y qué silencio, qué silencio insondable! Ni siquiera se percibía el apagado murmullo del Tíber. El aire pesaba abrumador sobre los hombres; gotas de sudor frío cubrían sus frentes, y sus brazos pendían rígidos y exhaustos. Todos presentían que iba a suceder algo siniestro.

Sin embargo, nadie demostraba miedo; antes bien, todos aseguraban al emperador que aquello era un buen augurio, pues toda la naturaleza retenía su aliento para recibir a un nuevo Dios.

Todos incitaban a Augusto a apresurar su sacrificio y decían que la vieja sibila había subido de su caverna para saludar a su genio protector. Pero, en realidad, la vieja sibila estaba tan embebida en la visión, que no había notado la llegada de Augusto al Capitolio. Su espíritu vagaba por un país lejano, deslizándose sobre la extensa llanura. En las tinieblas su pie tropezaba incesantemente con obstáculos que ella tomaba por pequeños montones de arena. Por último, inclinose hacia el suelo. No, no eran montoncitos de arena, sino ovejas. Caminaba entre grandes rebaños de ovejas dormidas.

Por fin percibió las hogueras de los pastores. Ardían en medio del campo, y hacia ellas se encaminó. Los pastores hallábanse tendidos, durmiendo en torno de las hogueras y junto a ellos veíanse puntiagudas estacas, con las que defendían sus ganados de los animales feroces. Pero aquellos tiernos animales de ojos chispeantes y rabos velludos que se acercaban al fuego, ¿no eran chacales? Y, sin embargo, los pastores no blandían contra ellos sus estacas; los perros seguían durmiendo tranquilos; las ovejas no huían y los animales feroces acabaron por dormirse junto a los hombres.

Todo esto lo veía la sibila; pero no sabía nada de lo que estaba sucediendo detrás de ella en el pico de la montaña. No sabía que allí se estaba levantando un altar, que se encendía fuego, que se quemaba incienso y que el emperador sacaba de la jaula una paloma para sacrificarla. Pero sus manos estaban tan débiles que no podían sujetar al ave. La paloma se libertó de un aletazo y volando desapareció en las tinieblas.

Entonces los cortesanos miraron, llenos de desconfianza, hacia la vieja sibila. Creían que ella debía ser la causa de aquella desgracia.

¿Acaso podían saber ellos que la sibila creía hallarse aún junto a la hoguera de los pastores y que en aquel momento estaba escuchando un apagado sonido que vibraba en el silencio sepulcral de la noche? Lo había oído antes de darse cuenta de que no procedía de la tierra, sino de la bóveda celeste. Por fin levantó la cabeza y vio luces y figuras radiantes que atravesaban la oscuridad. Eran legiones de angelitos que, cantando amorosamente volaban sobre la llanura, de acá para allá, como si buscasen algo.

Mientras la sibila escuchaba los cánticos de los ángeles, el emperador se preparaba para un nuevo sacrificio. Lavose las manos, limpió el altar y pidió otra paloma. Pero a pesar de que ahora se esforzó cuanto pudo en retener al animal, el cuerpo flexible del ave se escapó de entre sus manos y la paloma desapareció en la impenetrable oscuridad de la noche tenebrosa.

El emperador sintió un estremecimiento de horror. Cayó de rodillas ante el vacío altar y humillase ante su genio protector, implorándole fuerzas para sobreponerse a la desventura que parecía anunciar aquella noche pavorosa.

Tampoco la sibila se había dado cuenta de aquello. Con toda su alma escuchaba los cánticos de los ángeles, que cada vez iban adquiriendo mayor intensidad. Por último, resonaron tan fuertes que despertaron a los pastores. Apoyados sobre los codos, contemplaban las luminosas legiones de argentados angelitos que se cernían en la oscuridad, formando ondulantes coros, semejantes a aves de paso. Algunos llevaban laúdes y violines, otros citaras y arpas y su canto resonaba tan dulce como una sonrisa infantil y tan despreocupado como el gorjeo de la alondra. Al oírlo los pastores, levantáronse inmediatamente y corrieron hacia la aldea de la montaña, donde moraban, para contar el milagro que acababan de presenciar.

Avanzaban a tientas por un estrecho y tortuoso sendero, y la vieja sibila les seguía con la mente. De súbito percibióse una claridad deslumbradora en lo alto de la montaña. Sobre ella brillaba una estrella magnífica, clara y resplandeciente, y la aldea de la montaña relucía como si fuera de plata, bañada por la luz de la estrella. Todos los grupos dispersos de ángeles volaron hacia allí lanzando voces de júbilo, y los pastores apresuraron tanto su paso que iban casi corriendo. Cuando hubieron llegado a la ciudad, observaron que los ángeles se reunían sobre un miserable establo de las afueras. Era un humilde pesebre con techo de bálago al que la peña desnuda servía de pared posterior. Justamente sobre ella habíase detenido la estrella, y allí iban haciéndose cada vez más nutridos los grupos de ángeles. Algunos se sentaban sobre el techo, otros se deslizaban por la abrupta pared de piedra, detrás de la casa, y otros revoloteaban, moviendo sus ágiles alas, de un lado para otro. Allá arriba el aire aparecía transfigurado e iluminado por sus resplandecientes alas.

En el mismo instante en que la estrella refulgió sobre la villa montañesa, toda la naturaleza despertó, y a los hombres que se hallaban en lo alto del Capitolio no les podía pasar inadvertido este súbito cambio. Notaron que la brisa fresca, pero deliciosa, les acariciaba. Agradables aromas impregnaron el aire, los árboles susurraban, el Tíber empezó a murmurar, las estrellas brillaron y la luna apareció de repente en el cielo, iluminando el mundo. Y de las nubes descendieron dos palomas y se posaron en los hombros del emperador.

Al ocurrir este milagro, Augusto alzose lleno de orgullosa alegría; pero sus fieles y los esclavos cayeron de rodillas, exclamando: ¡Ave César! Tu genio protector te ha dado la respuesta. ¡Tú eres el Dios que debe ser adorado en la cúspide del Capitolio!

Y los homenajes de aquellos hombres, arrebatados por el entusiasmo, resonaban tan potentes que la vieja sibila los oyó. Despertose de su letargo, se levantó de su elevado asiento y avanzó hacia los hombres. Era como si una nube siniestra se hubiera levantado del abismo y amenazara desplomarse sobre la pétrea cumbre. Era horrible la vieja sibila. Su áspera cabellera pendía en enmarañadas trenzas en torno a su horripilante cabeza, sus largos miembros eran deformes, y envolvía su cuerpo una piel lívida, dura como la corteza de un árbol, llena de arrugas.

Con aire majestuoso e imponente avanzó hacia el emperador. Con una mano atenazó su muñeca y con la otra señalaba hacia el lejano Este.

¡Mira! —ordenóle, y el emperador alzó los párpados y miró en la dirección que indicaba la mano de la sibila.

El ancho espacio abrióse ante sus ojos y sus miradas penetraron hasta el lejano Oriente. Vio un pobre establo bajo una empinada pared pañascosa, ante cuya puerta abierta hallábanse arrodillados algunos pastores. En el interior del establo contempló a una madre joven, arrodillada ante un recién nacido que se hallaba echado en el suelo sobre un haz de heno.

Y los dedos enormes y huesudos de la sibila señalaron a la pobre criatura.

¡Ave César! —dijo la sibila con aire burlón—. ¡He ahí el Dios que debe ser adorado en la cúspide del Capitolio!

Augusto retrocedió ante ella como ante una alienada.

Pero entonces un poderoso espíritu profético descendió sobre la sibila. Sus ojos salvajes empezaron a fulgurar, sus brazos se tendieron hacia el cielo, su voz se transformó como si ya no fuera la suya y adquirió un sonido y una fuerza que hubiera podido ser percibida en todo el orbe. Y expresó palabras que parecía leer allá en lo alto, en la luz sideral:

—En lo alto del Capitolio será adorado el renovador del Mundo, el Cristo o el Anticristo, pero no un frágil mortal.

Después de haber hablado así se deslizó ante los aterrorizados hombres, y bajando paulatinamente de la cumbre elevada, desapareció.

Al día siguiente Augusto expuso la prohibición terminante de elevarle un templo en lo alto del Capitolio. En su lugar levantó allí un santuario para el recién nacido, Hijo de Dios, y lo denominó Altar Celestial, Ara Coeli.



Modificado por memen 6/12/2008 13:18

Mezuzá

Posts: 923
Ubicación: Ciudad Real
6/12/2008 14:10



Pastorcillo

Posts: 923

Ubicación: Ciudad Real
Aunque sea repetitivo os dejo el mensaje que dejé hace unos meses en al apartado de rincón literario. Lo compio tal cual:

Aquí os presento un cuento de Montserrat del Amo que seguro que muchos de vosotros ya conocéis: Rastro de Dios. Fue premio Lazarillo en 1960 y primer premio Nacional de Literatura Infantil en 1978. Es una bonita historia para niños y muy recomendable también para los mayores, y seguro que a los belenistas os gusta mucho, mucho...Realmente bonito. Os dejo unos fragmentos para ver si así os animáis a leerlo. Por cierto se lee en un rato jeje!
Saludos!!.


RASTRO DE DIOS
Se llamaba Rastro de Dios. Así lo había apuntado San Miguel, capitán de todos los ángeles, al final de su lista. Porque San Miguel tuvo que hacer una lista con los ángeles fieles, y apretar las filas de su ejército, para que no se notase el hueco que habían dejado los ángeles malos.
A todos les puso su nombre, empezando por Gabriel, el ángel que Dios había creado para anunciar al mundo la más importante noticia, y después apuntó a Rafael…Y así fue poniendo a todos su nombre hasta que solo quedaba uno: Un ángel chiquitín y torpecillo, que no sabía apenas volar.
San Miguel había encargado a un ángel grande y fuerte, que se llamaba Fortaleza de Dios, que le enseñase; pero todo fue inútil. El sólo sabía volar en el rastro luminoso que dejaba Dios a su paso, como una callecita de luz. Allí sí, allí el ángel chiquitín extendía las alas, y volaba sonriendo feliz; pero en cuanto se descuidaba un poquito y se salía de las huellas de Dios, o se retrasaba demasiado y perdía la luz, sentía un peso de plomo en las alas y empezaba a caer, a caer […]
Todo estaba muy bien preparado. San Miguel-Capitán había mandado un ángel para que cuidase del musgo y de las pajas que estarían en la cunita del Niño Jesús para que las pajas fueran creciendo muy finas y doradas y el musgo muy verde y fresco. También había buscado el buey y la mulita que calentarían con su aliento el portal; la mula fue elegida toda gris, como la plata, y el buey marrón, como el chocolate. Los ángeles que debían cantar «Gloria a Dios en las Alturas», llevaban meses ensayando, y desde todos los rincones del cielo se podía oír tan bonita canción…




Mame

Posts: 395
Ubicación: Cadiz..." San Fernando"
6/12/2008 16:26



Pastorcillo

Posts: 395

Ubicación: Cadiz..." San Fernando"
Origen de tradiciones navideñas.Las tarjetas navideñas fueron inventadas por Sir Henry Cole, quien en el año 1843 encargó a un amigo pintor que le dibujara y pintara una escena navideña, que luego mandaría a reproducir en una imprenta, para después escribirle unos breves deseos de felicidad, firmarlas y enviarlas a los amigos y familiares.

El árbol navideño es una costumbre proveniente de los países nórdicos, donde éstos son símbolo de vida. Por ello, para conmemorar la Navidad en estos países, adornan los árboles con guirnaldas, regalos y adornos de colores; costumbre que rápidamente se ha extendido por todo el mundo.

Los villancicos son cantos que se entonan en Navidad para celebrar el nacimiento del Niño Jesús. Esta costumbre tiene su origen en la edad media y se mantiene en recuerdo de los muchos profetas que anunciaban el nacimiento del Salvador.

La tradición de poner el Pesebre (el Belèn) en el mundo se remonta al año 1223, en una Navidad de la villa italiana de Grecio. En esta localidad, San Francisco de Asís reunió a los vecinos de Grecio para celebrar la misa de medianoche. En derredor de un pesebre, con la figura del Niño Jesús, moldeado por las manos de San Francisco, se cantaron alabanzas al Misterio del Nacimiento; en el momento más solemne de la misa, aquella figura inmóvil adquirió vida, sonrió y extendió sus brazos hacia el Santo de Asís. El milagro se había producido ante la vista de todos, y desde entonces la fama de los "Nacimientos" y su costumbre se extendió por todo el mundo.

¿Por qué se llama «Misa del Gallo» la misa que se celebra el 24 de diciembre como término de la vigilia de Navidad? Porque esa misa solía caer «ad galli cantus» al canto del gallo, de donde le quedó su sugestivo nombre que nada tiene que ver con el hecho de que en algunos países acostumbraran comer gallo al horno en la cena de Nochebuena.


Memen

Ubicación: España
7/12/2008 13:06




Ubicación: España
CUENTO DE NOCHEBUENA

 

Autor Rubén Darío

El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazándole enseguida, y por último díjole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantito levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.

 

Avino, pues, que un día de navidad, Longinos fuese a la próxima aldea...; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:

 

¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la vida a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!

 

Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

 

Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha. Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso.' No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados. Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanse un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante. Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.

 

Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

 

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:

 

—Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

 

Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.

 

Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?

 

¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar... resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

 

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol

 

 

 

lilo

lilo
8/12/2008 15:50



" EL NIÑO QUE LO QUIERE TODO"

Habia una vez un niño que se llamaba Jorge,su madre Maria y su padre Juan.Para el dia de los Reyes Magos se pidio mas de 20 cosas,su madre le dijo: mira ,te voy a decir que los Reyes Magos tienen camellos,no camiones,todo eso que pides no te cabe en tu habitación,y mira los otros niños,tu piensa en los otros niños y no te enfades por que tienes que pedir menos.
El niño se enfadó y se fué a su habitacion, y dice su padre a Maria : ay ,se quiere pedir una casa entera y tiene la habitacion llena de juguetes,Maria dijo que si con la cabeza,y el niño que les escucha dice para el: es verdad lo que dicen,debo hacerles caso.
LLegó la hora del cole y le dice la profesora :vamos a ver,Jorge,dinos cuantas cosas has pedido a los Reyes Magos, y dice bajito: veinticinco.La profesora se calló.Cuando todos se fueron la profesora le dice a Jorge que no se puede pedir tanto,asi que Jorge convencido cambia en casa la carta pero aun asi se pide 15 cosas,cuando llegaron sus padres les enseña ,y dicen: bueno has quitado 10 cosas al menos,y le preguntan: ¿ vas a compartir esos juguetes con tus amigos? Jorge contesta : noo,por que son mios y no quiero compartirlos,se acordaron de que no tenian arbol ni belen y se dirigieron a una tienda a comprarlos pero estaban agotados,fueron a otras tiendas y lo mismo,el niño mientras iba en el coche vio una estrella y rezó esto:
-Ya se que no rezo mucho,perdón,pero quiero encontrar un belén y un arbol de Navidad, de pronto se les paró el coche ,se bajaron y se les apareció un angel que dijo a Jorge: has sido muy bueno quitando cosas de tu lista de regalos,asi que os daré el belén y el arbol.Pasaron tres minutos y les dice el angel: mirad en el maletero y vereis,mientras el se iba, Juan ,el padre dijo ¡¡ muchas gracias !!!! pero ¿ y el coche que no enciende? y la madre dice: si,ya enciende ,se ha encendido solo,muchas gracias !!!!
Por fin llega el dia tan esperado,el dia de los Reyes Magos,y Jorge se levanta y se va a ver lo que le han traido,se llevó una gran sorpresa,le habian traido las 25 cosas de la lista,en seguida llama a sus padres y les dice que quiere salir a la calle a compartir los regalos con los niños pobres ,durante una semana estuvo trayendo niños pobres,dandoles los juguetes,su madre hacia galletas y chocolate para todos y esos dias fueron dias de felicidad,Jorge habia aprendido algo muy importante "COMPARTIR, y colorin colorado este cuento se ha acabado.

Memen

Ubicación: España
9/12/2008 21:35




Ubicación: España

Otro cuento de una de mis escritoras favoritas  Selma Lagerlof   primera mujer en obtener el Nobel de Literatura en1909

  La fantasía de esta autora su exquisita sensibilidad se manifiestan en su colección de cuentos titulado "Leyendas de Cristo"(Kristyslegender 1904), muchas de las cuales son verdaderas obras de arte.

Uno de los mejores es

La noche santa

Érase una vez un hombre que salió de noche en busca de fuego. Iba de casa en casa y
Llamando a las puertas decía: -Buenas gentes, socorredme, mi mujer acaba de recibir un niño y
No tengo fuego para calentar un poquito a la madre y al pequeñuelo.
Pero era tan tarde y la noche tan oscura que todos se dormían y nadie respondía a sus
Llamadas. El hombre caminaba, caminaba...
Por fin, divisó a lo lejos el resplandor de una fogata. Allá se encaminó apresurando el paso y
Vio que la hoguera brillaba en medio del campo. Multitud de blancas ovejas dormían en torno
Del fuego y un viejo pastor guardaba el rebaño.
Cuando el hombre que buscaba fuego llegó cerca de las ovejas, percibió tres enormes
Perrazos que dormían a los pies del pastor.
A su llegada despertáronse los tres y abrieron sus tremendas fauces como si quisieran ladrar,
Más no se oyó ladrido alguno. El hombre vio cómo se les erizaba el pelo del lomo, cómo sus
Dientes agudos y blanquísimos relucían al resplandor de la hoguera, hasta que se abalanzaron
Sobre él. Y vio cómo uno de ellos se le colgaba de la garganta, mordiéndole otro el pie y otro la
Mano, pero las quijadas y los colmillos de los perros, quedaron paralizados, y el hombre no
Sufrió el menor daño.
Entonces el hombre quiso seguir avanzando en busca de lo que necesitaba. Pero las ovejas
Estaban tan apretadas, lomo con lomo, que el hombre no podía dar un solo paso. Y no tuvo
más remedio que pasar por encima de las dormidas ovejas para poder acercarse a la hoguera.
Y ni un solo animal se despertó, ni hizo el más mínimo movimiento.
Cuando el hombre se hallaba ya casi junto a la hoguera, el pastor se despertó. Era éste un
hombre  malo, duro y sin entrañas. Cuando veía algún extraño, empuñaba una vara larga y
puntiaguda,  que usaba cuando apacentaba al ganado, y se la arrojó con violencia. Y también
esta  vez la vara silbó en el aire en dirección al hombre; mas, antes de que hubiera podido
tocarle,  se desvío y fue a caer lejos, en el campo.
Entonces el hombre se acercó al pastor y le dijo: buen amigo, hazme el favor de prestarme un
poco de fuego, mi mujer acaba de tener un niño y necesito fuego para calentar un poquito a los
dos.
El pastor habría preferido negárselo, pero cuando pensó en que los perros no habían podido
causarle mal alguno, que las ovejas no se habían asustado y que la vara no había podido
herirle, sintió cierto temor y no se atrevió a negar al forastero lo que le pedía.
Toma todo el que necesites – le contestó.
Mas el fuego estaba casi consumido. Ya no quedaban troncos ni ramas sino un gran rescoldo,
y el forastero no llevaba pala, ni balde para recoger las ardientes ascuas.
Cuando el pastor se dio cuenta de ello volvió a repetirle, llévate lo que necesites. Y se
regocijaba al pensar que aquel hombre no podría llevarse nada. Pero el hombre se inclinó
sobre la hoguera, y con sus desnudas manos sacó los carbones encendidos de entre las
cenizas y los fue colocando en su capa. Y las ascuas no quemaron ni sus manos ni su capa. Y
el hombre se las llevó con la misma facilidad que si hubiesen sido nueces o manzanas.
Cuando el pastor, que era muy malo y despiadado, vio aquello, empezó a asombrarse. ¿Qué
noche será ésta, que los perros no muerden, las ovejas no se asustan, las lanzas no matan y el
fuego no quema?, decíase a sí mismo. Y llamando al forastero le preguntó:
¿Qué noche es ésta? ¿A qué se debe que todas las cosas se muestren tan clementes?
Y el hombre le contestó – No puedo decírtelo si tú mismo no lo ves.
Y se dispuso a emprender el camino para encender cuanto antes el fuego que debía calentar a
la madre y al hijo.
El pastor pensó en no perder de vista a aquel hombre hasta averiguar lo que todo aquello
significaba. Y se levantó y le siguió hasta un lugar donde se detuvo el forastero.
El pastor vio que el hombre no tenía ni una mala cabaña como habitación y que su mujer y el
niño se hallaban en una cueva de la montaña, cuyas paredes desnudas eran de dura y fría
piedra.
Al ver que el pobre e inocente niño se helaría en aquella gruta, se sintió conmovido y decidió
hacer algo por el niño, no obstante ser de corazón duro. Y del zurrón que llevaba al hombre
sacó una suave piel blanca de cordero y se la entregó al forastero, diciéndole que acostase al
niño sobre ella. Y en el mismo instante en que demostró que él también era capaz de sentir
piedad, se abrieron sus ojos y vio lo que antes no había podido ver y oyó lo que no le había
sido dado oír.
Vio cómo en torno suyo se agrupaba un gran coro de pequeños angelitos con alas de plata.
Cada uno de ellos tenía una lira en la mano, y todos cantaban con voz armoniosa y potente
que aquella noche había nacido el Redentor.
Y entonces comprendió por qué aquella noche todas las cosas estaban tan contentas que no
querían causar el menor daño.
Y no sólo en torno suyo, sino por todas partes, veía ángeles el pastor: los veía posados en la
gruta, en la montaña y volando por la inmensidad de los cielos. Llegaban en legiones
incontables y al pasar ante la gruta se detenían y contemplaban al niño.
La naturaleza toda hallábase entregada a indefinible júbilo. Por todas partes resonaban los
cánticos de los angelitos juguetones.
Todo aquello lo veía y sentía el pastor en medio de las tinieblas y del silencio de la noche, aún
cuando, poco antes, nada había podido percibir. Y su corazón se llenó de tal alegría al ver que

sus ojos se habían abierto por fin a la VERDAD, que cayó de hinojos y dio GRACIAS A DIOS.

Y como dice la autora

"Y todo esto es cierto como yo  te veo y tu me ves"



Modificado por memen 9/12/2008 21:40

Memen

Ubicación: España
20/12/2008 18:38




Ubicación: España
 
.
El árbol de Navidad
Anton Chéjov
Vanka Chukov, un muchacho de nueve años, a quien habían colocado hacía tres meses en casa del zapatero Alojin para que aprendiese el oficio, no se acostó la noche de Navidad. Cuando los amos y los oficiales se fueron, cerca de las doce, a la iglesia para asistir a la misa del Gallo, cogió del armario un frasco de tinta y un portaplumas con una pluma enrobinada y, colocando ante él una hoja muy arrugada de papel, se dispuso a escribir. Antes de empezar dirigió a la puerta una mirada en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, miró al icono oscuro del rincón y exhaló un largo suspiro. El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual estaba él de rodillas.
Querido abuelo Constantino Makarich -escribió-: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti...
Vanka miró a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la bujía, y se imaginó a su abuelo Constantino Makarich, empleado a la sazón como guardia nocturno en casa de los señores Chivarev.
Era un viejecillo enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelliza, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no dormía y atemorizar a los ladrones. Acompañábanlo dos perros: Canelo y Serpiente. Este último se merecía su nombre: era largo de cuerpo y muy astuto, y siempre parecía ocultar malas intenciones; aunque miraba a todo el mundo con ojos acariciadores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia jesuítica. Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandes palizas; dos veces había estado a punto de morir ahorcado; pero siempre salía con vida de los más apurados trances y resucitaba cuando lo tenían ya por muerto.
En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromaría a los cocineros y a las criadas, frotándose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les daría vaya a las mujeres. - ¿Quiere usted un polvito? -les preguntaría, acercándoles la tabaquera a la nariz. Las mujeres estornudarían. El viejo, regocijadísimo, prorrumpiría en carcajadas y se apretaría con ambas manos los ijares. Luego les ofrecería un polvito a los perros. El Canelo estornudaría, sacudiría la cabeza, y, con el gesto huraño de un señor ofendido en su dignidad, se marcharía. El Serpiente, hipócrita, ocultando siempre sus verdaderos sentimientos, no estornudaría y menearía el rabo.
El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...
Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba. Tomó de nuevo la pluma y continuó escribiendo:
«Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene. El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan; para comer, unas gachas de alforfón; para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al nene, que no me deja dormir con sus gritos... Abuelito: sé bueno, sácame de aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí me moriré.»
Vanka hizo un puchero, se frotó los ojos con el puño y no pudo reprimir un sollozo.
Te seré todo lo útil que pueda -continuó momentos después-. Rogaré por ti, y si no estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, guardaré el rebaño.
Abuelito: te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado frío para ir descalzo. Cuando sea mayor te mantendré con mi trabajo y no permitiré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogaré a Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi madre.
Moscú es una ciudad muy grande. Hay muchos palacios, muchos caballos, pero ni una oveja. También hay perros, pero no son como los de la aldea: no muerden y casi no ladran. He visto en una tienda una caña de pescar con un anzuelo tan hermoso, que se podrían pescar con ella los peces más grandes. Se venden también en las tiendas escopetas de primer orden, como la de tu señor. Deben costar muy caras, lo menos cien rublos cada una. En las carnicerías venden perdices, liebres, conejos, y no se sabe dónde los cazan.

Abuelito: cuando enciendan en casa de los señores el árbol de Navidad , coge para mí una nuez dorada y escóndela bien. Luego, cuando yo vaya, me la darás. Pídesela a la señorita Olga Ignatievna; dile que es para Vanka. Verás cómo te la da.

Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, en vísperas de la fiesta, cuando había que buscar un árbol de Navidad para los señores, iba él al bosque con su abuelo. ¡Dios mío, qué encanto! El frío le ponía rojas las mejillas; pero a él no le importaba. El abuelo, antes de derribar el árbol escogido, encendía la pipa y decía algunas chirigotas acerca de la nariz helada de Vanka. Jóvenes abetos, cubiertos de escarcha, parecían, en su inmovilidad, esperar el hachazo que sobre uno de ellos debía descargar la mano del abuelo. De pronto, saltando por encima de los montones de nieve, aparecía una liebre en precipitada carrera. El abuelo, al verla, daba muestras de gran agitación y, agachándose, gritaba:- ¡Cógela, cógela! ¡Ah, diablo! Luego el abuelo derribaba un abeto, y entre los dos lo trasladaban a la casa señorial. Allí, el árbol era preparado para la fiesta. La señorita Olga Ignatievna ponía mayor entusiasmo que nadie en este trabajo. Vanka la quería mucho. Cuando aún vivía su madre y servía en casa de los señores, Olga Ignatievna le daba bombones y le enseñaba a leer, a escribir, a contar de uno a ciento y hasta a bailar. Pero, muerta su madre, el huérfano Vanka pasó a formar parte de la servidumbre culinaria, con su abuelo, y luego fue enviado a Moscú, a casa del zapatero Alajin, para que aprendiese el oficio...
¡Ven, abuelito, ven! -continuó escribiendo, tras una corta reflexión, el muchacho-. En nombre de Nuestro Señor te suplico que me saques de aquí. Ten piedad del pobrecito huérfano. Todo el mundo me pega, se burla de mí, me insulta. Y, además, siempre tengo hambre. Y, además, me aburro atrozmente y no hago más que llorar. Anteayer, el ama me dio un pescozón tan fuerte, que me caí y estuve un rato sin poder levantarme. Esto no es vivir; los perros viven mejor que yo... Recuerdos a la cocinera Alena, al cochero Egorka y a todos nuestros amigos de la aldea. Mi acordeón guárdalo bien y no se lo dejes a nadie. Sin más, sabes que te quiere tu nieto VANKA CHUKOV.

Ven en seguida, abuelito.

Vanka plegó en cuatro dobleces la hoja de papel y la metió en un sobre que había comprado el día anterior.
Luego, meditó un poco y escribió en el sobre la siguiente dirección:
«En la aldea, a mi abuelo.»
Tras una nueva meditación, añadió:

Constantino Makarich.

Congratulándose de haber escrito la carta sin que nadie lo estorbase, se puso la gorra, y, sin otro abrigo, corrió a la calle.
El dependiente de la carnicería, a quien aquella tarde le había preguntado, le había dicho que las cartas debían echarse a los buzones, de donde las recogían para llevarlas en troika a través del mundo entero.

Vanka echó su preciosa epístola en el buzón más próximo...Una hora después dormía, mecido por dulces esperanzas. Vio en sueños la cálida estufa aldeana. Sentado en ella, su abuelo les leía a las cocineras la carta de Vanka. El perro Serpiente paseábase en torno de la estufa y meneaba el rabo...

 

 

 

Páginas: 1
Saltar al foro :
Buscar en este foro
Versión Impresa
Enviar un mail con el enlace a este tema

(Borrar todas las cookies grabadas por este sitio)
Ejecutándose MegaBBS ASP Forum Software
© 2002-2024 PD9 Software