Benedicto XVI deja su Pontificado y renuncia a el, esa es la noticia que esa es la noticia que se están dando todos los medios de comunicación, aunque a La Conferencia Episcopal ,no le consta .
Perdonar no sabia donde dar la noticia
Al final va marcar un hito, en la Iglesia de los tiempos modernos, ya que ha habido algún precedente
En los dos mil años de historia del Pontificado pocos papas han renunciado a la dignidad pontificia. La renuncia más conocida es la de
san Celestino V
(1294-1294), pero no ha sido la única.
A la muerte de Nicolás IV (1288-1292) ocurrida el 4 de abril de 1292, el Colegio Cardenalicio, formado en aquel momento por once cardenales, se encontraba dividido por la tradicional rivalidad entre los Colonna y los Orsini. Cada uno estos grupos contaba con cuatro cardenales incondicionales, lo que hacía imposible obtener la mayoría requerida de los dos tercios para una elección válida del papa. Habiendo pasado más de dos años de sede vacante, el día 5 de julio de 1294, los cardenales llegaron al acuerdo de elegir a un piadoso ermitaño, Pedro Murrone, gracias al esfuerzo y prestigio del cardenal Decano, Latino Malabranca.
Los electores enviaron tres emisarios a Sulmona, donde residía el elegido. El pueblo acogió con júbilo la elección efectuada. El único que no se alegró fue Pedro Murrone, que en su profunda humildad y simplicidad, intentó huir, pero la multitud lo impidió. Finalmente, el piadoso ermitaño se resignó a aceptar, entendiendo que esa era la voluntad de Dios. El 29 de agosto de 1294 tuvo lugar la entronización papal de Celestino V (nombre elegido por Pedro Murrone para su pontificado) en la iglesia de Santa María de Collemaggio de Aquila.
Pronto, sin embargo, comenzaron a mostrarse los inconvenientes de la elección de aquel ermitaño para ceñir la tiara pontificia, pues sesenta años de vida eremítica, aunque podían considerarse como una buena preparación para ceñir la corona celestial, no lo eran para asumir las dificultosas tareas que conllevan el Supremo Pontificado. Su misma simplicidad le hacía aparecer como desconcertado antes las exigencias del protocolo romano. Su falta de hábito en hablar en lengua latina hacía que los cardenales tuvieran que expresarse en italiano en los consistorios. Su buena fe, junto con la falta de experiencia, le convertían en víctima propiciatoria de las trampas que le tendían constantemente políticos experimentados.
Impresionado por el desorden que se infiltraba en la Iglesia a causa de su incapacidad administrativa, Celestino V se dio cuenta de que él no era persona apta para ejercer el oficio del Pastor universal de la Iglesia, por lo que se puso a pensar en los medios para remediar tal situación. Parece ser que llegó a exclamar:
¡Oh Dios mío, mientras reino sobre las almas, estoy labrando la eterna condenación de la mía!
Lo cierto es que cada día le resultaba más cuesta arriba el ejercicio de los deberes propios de su cargo, tan contrarios a sus costumbres y a sus aficiones por la soledad y por la oración.
En el adviento de 1294 quiso ya dejar en manos de tres cardenales el gobierno de la Iglesia, ordenando las disposiciones necesarias para llevar a término este proyecto; pero como varios miembros del Sacro Colegio se opusieron a sus deseos, entonces empezó a acariciar la idea de la renuncia. Después de consultar a varios cardenales, entre ellos a Benedicto Caetani que era un gran canonista, decidió renunciar a la tiara pontificia.
El 13 de diciembre de 1294, Celestino V reunió a los cardenales en consistorio, tomó asiento sobre su trono y rogó a los miembros del Sacro Colegio que no le interrumpiesen hasta que hubiera terminado de hablar. Leyó el acta de renuncia al Supremo Pontificado de la Iglesia, seguidamente abandonó su sede y se despojó de las insignias pontificales (anillo, tiara y capa). A continuación se revistió con los hábitos propios de la Orden que había fundado años antes y fue a sentarse en un taburete en ademán generoso de voluntaria humillación. Ante ese espectáculo, todos los cardenales se emocionaron.
Otra renuncia bien conocida es la de
Gregorio XII
(1406-1415). Esta renuncia ocurrió durante el
Cisma de Occidente
y contribuyó decisivamente al término del mismo.
San Ponciano
(230-235). Elegido el 21 de julio del 230, en la época del emperador Alejandroo Severo. Cinco años después tomó el poder Maximinio Tracio y reanudó las persecuciones contra los cristianos. Según una antigua tradición, Ponciano y el antipapa Hipólito fueron deportados a las minas de Cerdeña. Y en aquella dura situación, ambos rivales tuvieron ocasión de ponderar el daño que con sus divisiones estaban haciendo a la Iglesia y se reconciliaron, renunciando el papa Ponciano a su dignidad, al mismo tiempo que Hipólito ponía término a su rebeldía con el fin de facilitar la restauración de la unidad. No tardaron ambos en sufrir el martirio. Según anota el
Liber Pontificalis
, Ponciano murió
affictus et maceratus fustibus.
San Silverio
(536-537). Muerto san Agapito I fue elegido papa un subdiácono de nombre Silverio. Su pontificado fue breve. Acusado injustamente con pruebas falsas de haber conspirado para entregar Roma a los godos, el general imperial Belisario arrebató a Silverio el
pallium
, le devolvió a su antiguo rango de subdiácono, y anunció al pueblo su deposición. Una vez depuesto Silverio, Belisario promovió la elección de Vigilio para la Sede romana. Pero el pueblo no aceptó los hechos y el emperador Justianiano dispuso que Silverio fuera conducido a Roma para allí ser sometido a un juicio justo. Durante el viaje el Papa fue detenido y enviado bajo custodia a la isla de Palmaria, cerca de Gaeta. Allí, sometido a amenazas, el 11 de noviembre del año 537 abdicó, falleciendo poco después.
San Martín I
(649-655). Fue perseguido por el emperador Constante II. En plena Basílica de San Juan de Letrán fue detenido por Teodoro Caliapas, exarca de Rávena, por orden imperial. Maltratado, fue sometido a juicio, acusado de alta traición, fue condenado a muerte. La sentencia se conmutó por destierro a perpetuidad. Falleció en Quersoneso (Crimea), el 16 de septiembre del 655. Profunda amargura hubo de sentir Martín I cuando supo que, pese a sus recomendaciones de resistencia, el clero romano había elegido, el 10 de agosto del 654, para sustituirle a un presbítero llamado Eugenio. Posteriormente, el papa Martín I, para evitar un cisma, decidió renunciar al pontificado, a la vez que reconocía la legitimidad de su sucesor, Eugenio I.
Juan XVIII
(1003-1009). El
Liber Pontificalis
afirma que Juan XVIII murió siendo monje en San Pablo extramuros. Esta noticia se interpreta como si poco antes de su muerte hubiera decidido abdicar retirándose a un monasterio.
Fuente
http://anecdotasycatequesis.wordpress.com/2011/04/07/la-renuncia-al-pontificado/