Adoración virtual a Jesús en el Santísimo Sacramento
"Adoramus te, sanctissime Domine Iesuchriste, hic et ad omnes ecclesias tuas quae sunt in toto mundo et benedicimus tibi quia per Sanctam Crucem tuam redemisti mundum". (San Francisco de Asís).
Jesús, yo creo firmemente que estás en el Santísimo Sacramento del Altar. Te adoro como Dios verdadero aquí oculto. Por mis pecados, te pido perdón, te amo sobre todas las cosas, deseo adorarte espiritualmente en este momento.
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios (Jn.6, 69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra fe.
Por medio de tí y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre, para decirle nuestro sí unido al tuyo.
Contigo ya podremos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor, para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escúchenlo" (Mt 17, 5).
Con esta fe, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Hebr 7,25)
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta esperanza, queremos infundir, en el mundo, esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el prime lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos amar como tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp 1, 21)
Nuestra vida no tiene sentido sin tí.
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En tí, aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque, en la oración, "el amor es el que habla" (Santa Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
Creyendo, esperando y amando, te adoramos con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quédense aquí y velen conmigo" (Mt 26,38)
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso, queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencio de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rom 8, 26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con tu sola presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque, muchas veces, no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la adoración, estaremos en tu intimidad o misterio". Entonces, nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento, para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a tí, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de amar y servir.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.
Virgen María, Señora del Santísimo Sacramento, gloria del pueblo cristiano, gozo de la Iglesia Universal, ruega por nosotros y concede a todos los fieles verdadera devoción a la Sagrada Eucaristía, siendo dignos de recibirla cada día. Amén!
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Os amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, venid al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén!
Señor, Tú nos pides colaboración para saciar al hombre en su deseo de verdad, de felicidad y justicia, de misericordia y de vida, en todo tiempo y lugar de la tierra.
Nos ponemos a tu disposición para esta labor según las diversas y complementarias vocaciones en la Iglesia que Tú mismo sugieres a nuestros corazones.
"Dadles vosotros de comer" (Lc 9, 13)
Pero, ¿qué podemos dar al hombre si no a Tí, el Único que sacia con su propio cuerpo y sangre? ¿Si no a Tí, Jesús Eucaristía, en quien se contiene todo el bien de la Iglesia, el misterio de la divina encarnación, de Tu presencia real, del Misterio de la Pascua, del Espíritu Santo que transforma el pan y el vino en Tu cuerpo y en Tu sangre?
Te adoramos, Dios presente. Te celebramos, Dios escondido.
Contigo damos gracias al Padre unidos al sacrificio de la Cruz.
Y te pedimos: ayúdanos a vivir el Misterio celebrado y adorado haznos valientes anunciadores de Tí, contemporáneo eterno, en el hoy de la historia.
Inspira en todos los jóvenes del mundo el deseo de íntima comunión contigo, ¡fuente y culmen de todo nuestro ser y obrar, fuente y culmen de la nueva evangelización, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia! Queremos ponerte en el centro de nuestros corazones.
Nosotros, con entusiasmo irrefrenable y juvenil, queremos llevarte por los caminos del mundo. Amén.
Vía Crucis Eucarístico de San Pedro Julián Eymard.
Primera Estación
Jesús, Condenado a Muerte
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús es condenado por los suyos, por aquellos mismos a quienes ha colmado de favores. Condénasele cual si fuera un sedicioso, a El, que es la bondad misma; como blasfemo, siendo así que es la misma santidad; como ambicioso, cuando se hizo el último de todos. Como si fuera el último de los esclavos, es condenado a la muerte de cruz.
Como vino a este mundo para sufrir y morir y para enseñarnos a hacer ambas cosas, Jesús acepta con amor la inicua sentencia de muerte.
También en la Eucaristía es Jesús condenado a muerte. Condenado en sus gracias, que no se quieren; en su amor, que se desconoce; en su estado sacramental, en que es negado por el incrédulo y profanado por horribles sacrilegios. Por una comunión indigna vende a Jesucristo un mal cristiano al demonio, entrégalo a las pasiones, lo pone a los pies de Satanás, rey de su corazón; le crucifica en su cuerpo de pecado.
Los malos cristianos maltratan a Jesús más que los mismos judíos, por cuanto en Jerusalén fue condenado una sola vez, en tanto que en el Santísimo Sacramento es condenado todos los días y en infinidad de lugares y por un número espantoso de inicuos jueces.
Y a pesar de todo, Jesús se deja insultar, despreciar, condenar; y sigue viviendo en el Sacramento, para demostrarnos que su amor hacia nosotros es sin condiciones ni reservas y excede a nuestra ingratitud.
¡Perdón, oh Jesús, y mil veces perdón, por todos los sacrilegios! Si me acontece cometer uno sólo, he de pasar toda la vida reparándolo. Quiero amaros y honraros por todos los que os desprecian. Dadme la gracia de morir con Vos.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Segunda Estación
Jesús, cargado con la Cruz
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
En Jerusalén, los judíos imponen a Jesús una pesada e ignominiosa cruz, que era considerada entonces como el instrumento de suplicio propio del último de los hombres. Jesús recibe con gozo esta cruz abrumadora; apresúrase a recibirla, la abraza con amor y la lleva con dulzura.
Así nos quiere suavizarla, aliviarla y deificarla en su sangre.
En el Santísimo Sacramento del altar los malos cristianos imponen a Jesús una cruz mucho más pesada e ignominiosa para su Corazón. Constitúyenla las irreverencias de tantos en el santo lugar; su espíritu, tan poco recogido; su corazón, tan frío en la presencia del Señor, y su tan tibia devoción. ¡Qué cruz más humillante para Jesús tener hijos tan poco respetuosos y discípulos tan miserables!
Aun ahora Jesús lleva mis cruces en su Sacramento, pónelas en su Corazón para santificarlas y las cubre con su amor y besos, para que me sean amables; mas quiere que las lleve también yo por Él y se las ofrezca; se allana a recibir los desahogos de mi dolor y sufre que yo llore mis cruces y le pida consuelo y auxilio.
¡Cuán ligera se vuelve la cruz que pasa por la Eucaristía! ¡Cuán bella y radiante sale del Corazón de Jesús! ¡Da gusto recibirla de sus manos y besarla tras Él! A la Eucaristía iré, por tanto, para refugiarme en las penas, para consolarme y fortalecerme. En la Eucaristía aprenderé a sufrir y a morir.
¡Perdón, Señor, perdón por todos los que os tratan con irreverencia en vuestro sacramento de amor! ¡Perdón por mis indiferencias y olvidos en vuestra presencia! ¡Quiero amaros; os amo con todo mi corazón!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Tercera Estación
Jesús Cae por Primera Vez
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tan agotado de sangre se vio Jesús después de tres horas de agonía y de los golpes de la flagelación, tan debilitado por la terrible noche que pasó bajo la guardia de sus enemigos, que, tras algunos momentos de marcha, cae abrumado bajo el peso de la cruz.
¡Cuántas veces cae Jesús sacramentado por tierra en las santas partículas sin que nadie se dé cuenta!
Mas lo que le hace caer de dolor es la vista del primer pecado mortal que mancilló mi alma.
¡Cuánto más dolorosa no es la caída de Jesús en el corazón de un joven que le recibe indignamente en el día de su primera Comunión!
Cae en un corazón helado, que el fuego de su amor no puede derretir; en un espíritu orgulloso y fingido, sin poder conmoverlo; en un cuerpo que no es más que sepulcro lleno de podredumbre. ¿Así por ventura hemos de tratar a Jesús la primera vez que se nos viene tan lleno de amor? ¡Oh Dios! ¡Tan joven y ya tan culpable! ¡Comenzar tan pronto a ser un judas! ¡Cuán sensible es al Corazón de Jesús una primera Comunión sacrílega!
¡Gracias, oh Jesús mío, por el amor que me mostrasteis en mi Primera Comunión! Nunca lo he de olvidar. Vuestro soy, del mismo modo que Vos sois mío; haced de mí lo que os plazca.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
Cuarta Estación
Jesús encuentra a su Santísima Madre
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
María acompaña a Jesús en el camino del Calvario sufriendo un verdadero martirio en su alma; porque cuando se ama se quiere compadecer.
Hoy en el Corazón Eucarístico de Jesús encuentra en el camino de sus dolores, entre sus enemigos, hijos de su amor, esposas de su Corazón, ministros de sus gracias, que, lejos de consolarle como María, se juntan a sus verdugos para humillarle y blasfemar y renegar de Él. ¡Cuántos renegados y apóstatas abandonan el servicio y el amor de la Eucaristía tan pronto como este servicio requiere un sacrificio o un acto de fe práctica!
¡Oh Jesús mío, quiero seguiros con María, mi madre, por más que os vea humillado, insultado y maltratado, y deseo desagraviaros con mi amor!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Quinta Estación
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz.
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús aparecía cada vez más rendido bajo su peso. Los judíos, que querían que muriese en la cruz, para poner el colmo a sus humillaciones, pidieron a Simón el Cirineo que tomase el madero. Negóse él, y menester fue obligarle para que tomara este instrumento que tan ignominioso le parecía. Mas aceptó al fin y mereció que Jesús le tocara el corazón y lo convirtiera.
En su Sacramento Jesús llama a los hombres y casi nadie acude a sus invitaciones. Convídales al banquete eucarístico y se echa mano de pretextos mil para desoír su llamamiento. El alma ingrata e infiel se niega a la gracia de Jesucristo, el don más excelente de su amor; y Jesús se queda solo, abandonado, con las manos llenas de gracias que no se quieren: ¡Se tiene miedo a su amor!
En lugar del respeto que le es debido, Jesús no recibe, las más de las veces, más que irreverencias.. Ruborízase uno de encontrarlo en las calles y se huye de Él así que se le divisa. No se atreve uno a darle señales exteriores de la propia fe.
¿Será posible, divino Salvador mío? Demasiado cierto es, no puedo menos de sentir los reproches que me dirige mi conciencia. Sí, he desoído muchas veces vuestro amoroso llamamiento, aferrado como estaba a lo que me agradaba; me he negado cuando tanto me honrabais invitándome a vuestra mesa, movido por vuestro amor. Pésame de lo más hondo de mi corazón. Comprendo que vale mucho más dejarlo todo que omitir por mi culpa una comunión, que es la mayor y más amable de vuestras gracias. Olvidad, buen Salvador mío, mi pasado y acoged y guardad vos mismo mis resoluciones para el porvenir.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Sexta Estación
Una piadosa Mujer enjuga el Rostro de Jesús
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
El Salvador ya no tiene rostro humano; los verdugos se lo han cubierto de sangre, de lodo y de esputos. El esplendor de Dios se encuentra en tal estado, por lo cubierto de manchas, que no se le puede reconocer. La piadosa Verónica afronta los soldados; bajo las salivas ha reconocido a su salvador y Dios, y movida de compasión enjuga su augusta faz. Jesús la recompensa imprimiendo sus facciones en el lienzo con que ella enjuga su cara adorable.
Divino Jesús mío, bien ultrajado, insultado y profanado sois en vuestro adorable Sacramento. Y ¿dónde están las verónicas compasivas que reparen esas abominaciones? ¡Ah! ¡Es para entristecerse y aterrarse que con tanta facilidad se cometan tantos sacrilegios contra el augusto Sacramento! ¡Diríase que Jesucristo no es entre nosotros sino un extranjero que a nadie interesa y hasta merece desprecio!
Verdad es que oculta su rostro bajo la nube de especies bien débiles y humildes; pero es para que nuestro amor descubra en ellas por la fe sus divinas facciones. Señor, creo que sois el Cristo, Hijo de Dios vivo, y adoro bajo el velo eucarístico vuestra faz adorable, llena de gloria y de majestad; dignaos, Señor, imprimir vuestras facciones en mi corazón, para que a todas partes lleve conmigo a Jesús, y a Jesús sacramentado.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Séptima Estación
Jesús Cae por Segunda vez
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
A pesar de la ayuda de Simón, Jesús sucumbe por segunda vez a causa de su debilidad, y esto le depara una ocasión para nuevos sufrimientos. Sus rodillas y manos son desgarradas por estas caídas en camino tan difícil, y los verdugos redoblan de rabia sus malos tratos.
¡Oh, cuán nulo es el socorro del hombre sin el de Jesucristo! ¡Cuántas caídas se prepara el que se apoya en los hombres!
¡Cuántas veces cae por la Comunión hoy el Dios de la Eucaristía, en corazones cobardes y tibios, que le reciben sin preparación, le guardan sin piedad y le dejan marcharse sin un acto de amor y de agradecimiento! Por nuestra tibieza es Jesús estéril en nosotros.
¿Quién se atrevería a recibir a un grande de la tierra con tan poco cuidado como se recibe todos los días al Rey del Cielo?
Divino Salvador mío, ofrézcoos un acto de desagravio por todas las comuniones hechas con tibieza y sin devoción. ¡Cuántas veces habéis venido a mi pecho! ¡Gracias por ello! ¡Quiero seros fiel en adelante! ¡Dadme vuestro amor, que él me basta!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Octava Estación
Jesús consuela a las Afligidas Mujeres Piadosas
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Consolar a los afligidos y perseguidos era la misión del Salvador en los días de su vida mortal, misión a la que quiere ser fiel en el momento mismo de sus mayores sufrimientos. Olvidándose de sí, enjuga las lágrimas de las piadosas mujeres que lloraban por sus dolores y por su Pasión, ¡Qué bondad!
En su Santísimo Sacramento, Jesús no cuenta con casi nadie que le consuele del abandono de los suyos, de los crímenes de que es objeto. Día y noche se encuentra solo. ¡Ah, si pudieran llorar sus ojos, cuántas lágrimas no derramarían por la ingratitud y el abandono de los suyos! Si su Corazón pudiera sufrir, ¡qué tormentos padecería al verse desdeñado hasta por sus mismos amigos!
Y aun siendo esto así, tan pronto como venimos hacia Él, nos acoge con bondad, escucha nuestras quejas y el relato con frecuencia bien largo y harto egoísta de nuestras miserias, y olvidándose de sí nos consuela y reanima. ¿Por qué habré yo, Divino Salvador mío, recurrido a los hombres para hallar consuelo, en lugar de dirigirme a Vos? Ya veo que esto hiere a vuestro corazón, celoso del mío. Sen en la Eucaristía mi único consuelo, mi único confidente: con una palabra, con una mirada de vuestra bondad me basta. ¡Ameos yo de todo corazón y haced lo que os plazca!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Novena Estación
Jesús cae por Tercera vez
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
¡Cuántos sufrimientos en esta tercera caída! Jesús cae abrumado bajo el peso de la cruz y apenas si a fuerza de malos tratos logran los verdugos levantarle.
Jesús cae por tercera vez antes de ser levantado en cruz como para atestiguar que le pesa el no poder dar la vuelta al mundo cargado con su cruz.
Jesús vendrá a mí por última vez en viático antes de que salga también yo de este valle de destierro. ¡Ah, Señor, concededme esta gracia, la más preciosa de todas y complemento de cuantas he recibido en mi vida!
¡Pero que reciba bien esta última comunión, tan llena de amor!
¡Qué caída más espantosa la de Jesús, que entra por última vez en el corazón de un moribundo, que a todos sus pecados pasados añade el crimen de sacrilegio y recibe indignamente al mismo que ha de juzgarle, profanando así el viático de su salvación!
¡En qué estado más doloroso no se ha de ver Jesús en un corazón que le detesta, en un espíritu que le desprecia, en un cuerpo de pecado entregado al demonio! ¡Es el infierno de Jesús en tierra!
¿Y cuál será el juicio de esos desdichados? Sólo pensarlo causa temblor. ¡Perdón, Señor, perdón por ellos! Os ruego por todos los moribundos. Concededles la gracia de morir en vuestros brazos después de haberos recibido bien en viático.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Décima Estación
Jesús es Despojado de sus Vestiduras
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
¡Cuánto no debió sufrir en este cruel e inhumano despojamiento!
¡Arráncasele los vestidos pegados a las llagas, las cuales vuelven a abrirse y desgarrarse!
¡Cuánto no debió sufrir en su modestia viéndose tratado como se tendría vergüenza de tratar a un miserable y a un esclavo, que al menos muere en el sudario en el que ha de ser sepultado!
Jesús es despojado aún hoy de sus vestiduras en el estado sacramental. No contentándose con verle despojado, por amor hacia nosotros, de la gloria de su divinidad y de la hermosura de su humanidad, sus enemigos le despojan del honor del culto, saquean sus iglesias, profanan los vasos sagrados y los sagrarios, le echan por tierra. Es puesto a merced del sacrilegio, Él, rey y Salvador de los hombres, como en el día de la crucifixión.
Lo que Jesús se propone al dejarse despojar en la Eucaristía es reducirnos a nosotros al estado de pobres voluntarios, que no tienen apego a nada, y así revestirnos de su vida y virtudes. ¡Oh Jesús sacramentado, sed mi único bien!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Undécima Estación
Jesús es Clavado en la Cruz.
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
¡Qué tormentos los que sufrió Jesús cuando le crucificaron! Sin un milagro de su poder no le hubiera sido posible soportarlos sin morir.
Con todo, en el calvario Jesús es clavado a un madero inocente y puro, mientras que en una comunión indigna el pecador crucifica a Jesús en su cuerpo de pecado, cual si se atara un cuerpo vivo a un cadáver en descomposición.
En el calvario fue crucificado por enemigos declarados, mientras que aquí son sus propios hijos los que le crucifican con la hipocresía de su falsa devoción.
En el calvario solo una vez fue crucificado, mientras aquí lo es todos los días y por millares de cristianos.
¡Oh divino Salvador mío, os pido perdón por la inmortificación de mis sentidos, que ha costado expiación tan cruel!
Por vuestra Eucaristía, queréis crucificar mi naturaleza e inmolar al hombre viejo, uniéndome a vuestra vida crucificada y resucitada. Haced, Señor, que me entregue a vos del todo, sin condición ni reserva.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Duodécima Estación
Jesús Expira en la Cruz
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús muere para rescatarnos; la última gracia es el perdón concedido a los verdugos; el último don de su amor, su divina Madre; la sed de sufrir, su último deseo; y el abandono de su alma y de su vida en manos de su Padre, el último acto.
En la Sagrada Eucaristía continúa el amor que nos mostró Jesús al morir; todas las mañanas se inmola en el santo sacrificio y va los que le reciben a perder su existencia sacramental. Muere en el corazón del pecador para su condenación.
Desde la Sagrada Hostia me ofrece las gracias de mi redención y el precio de mi salvación. Pero para poderlas recibir, muera yo junto a Él y para Él, según es su voluntad.
Dadme, Dios mío, la gracia de morir al pecado y a mí mismo, gracia de no vivir más que para amaros en vuestra Eucaristía.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Decimotercera Estación
Jesús es entregado a su Madre
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su divina Madre, quien le recibe entre sus brazos y contra su corazón, ofreciéndolo a Dios como víctima de nuestra salvación.
A nosotros nos toca ahora ofrecer a Jesús como víctima en el altar y en nuestros corazones para nosotros y para los nuestros. Nuestro es, pues Dios Padre nos le ha dado y El mismo se nos da también para que hagamos uso de Él.
¡Qué desdicha el que este precio infinito quede infructuoso entre nuestras manos, a causa de nuestra indiferencia!
Ofrezcámoslo en unión con María y pidamos a esta buena Madre que lo ofrezca por nosotros.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Decimocuarta Estación
Jesús es depositado en el Sepulcro
Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús quiere sufrir la humillación del sepulcro; es abandonado a la guarda de sus enemigos, haciéndose prisionero suyo.
Mas en la Eucaristía aparece Jesús sepultado con toda verdad, y, en lugar de tres días, queda siempre, invitándonos a nosotros a que le hagamos guardia; es nuestro prisionero de amor.
Los corporales le envuelven como un sudario; arde la lámpara delante de su altar lo mismo que delante de las tumbas; en torno suyo, reina silencio de muerte.
Al venir a nuestro corazón por la comunión, Jesús quiere sepultarse en nosotros; preparémosle un sepulcro honroso, nuevo, blanco, que no esté ocupado por afectos terrenales; embalsamémosle con el perfume de nuestras virtudes.
Vengamos, por todos los que no vienen, a honrarle, adorarle en su sagrario, consolarle en su prisión, y pidámosle la gracia del recogimiento y de la muerte al mundo, para llevar una vida oculta en la Eucaristía.
Hemos celebrado la Cena del Señor en la que hemos recordado la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, y el Señor nos ha dado como testamento el mandamiento nuevo del amor.
Ahora, otra vez reunidos junto al altar, queremos prolongar en meditación contemplativa y en oración lo que hemos celebrado esta tarde. Renovemos delante del Señor Sacramentado el memorial de su misterio de amor. Escuchemos sus palabras pronunciadas en el Cenáculo junto con sus discípulos. Sus palabras son su testamento.
Esta noche santa se respira silencio contemplativo, misterio y amor de un Dios que solo esta en el Huerto de los Olivos y que por nosotros quiso cumplir la Voluntad del Padre enseñándonos a obedecer hasta el final. Queremos dedicar este tiempo a estar junto a él para escucharle, orar con él al Padre y darle gracias por el gran misterio de su Pascua.
Oración Primera: (Antes de empezar, recemos todos la primera oracion).
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mi lo que quieras,
sea lo que sea te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo,
con tal que tu voluntad se cumpla
en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más;
te confío mi alma;
te la doy con todo el amor
del que soy capaz,
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con infinita confianza
porque tu eres mi Padre.
Lectura:
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas:
«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.”
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”.
Salio Jesús acabada la Cena y se fue según la costumbre al monte de los Olivos para orar. Y llegando les dijo a sus discípulos: Orad para que no cargáis en testación.
Y apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra , hincadas la rodillas, hacia oración, diciendo: Padre mio, si es de tu agrado aleja de mi este cáliz: No obstante, no se haga mi voluntad, sino la tuya.Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba.>>
Refelxión:
Como judío que era también Jesús, quiso celebrar la pascua. Pero en Jesús la pascua judía se convertiría en la pascua de todos los hombres de todos los pueblos. Esta vez no sería sacrificado un cordero sin taras, sino el cordero de Dios, inocente y sin pecado, que sería sacrificado en la cruz para la remisión de todos los pecados.
El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación en un clima de amistad, de confianza, y a la vez, el último adiós, que él nos da abriendo su corazón. ¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Lo que Jesús hizo aquél día, en aquella hora, es lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros.
Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó a sí mismo por todos, como don y testimonio del amor del Padre. Fue precisamente durante esa cena cuando el Señor Jesús instituyó la Eucaristía, y con ello nos ha dejado como don toda su vida, desde el primer instante de la encarnación hasta el último momento, con todo lo que concretamente había llenado dicha vida: silencio, sudores, fatigas, oración, luchas, humillaciones… Toda su vida fue expresión de aquél Amor hasta el extremo.
Comulgar con Cristo supone comprometerse como él a aceptar el papel de siervos en favor de todos. El evangelio de Juan, narrándonos el lavatorio de los pies en lugar de la institución de la eucaristía, quiere darnos el sentido profundo de ésta: identificarnos con Jesús, siervo y solidario con los hombres, para ser factores de liberación. Para el cristiano, la construcción de un mundo solidario y justo está esencialmente ligada con la celebración de la eucaristía. Sin justicia no hay Eucaristía.
Recordemos también ese momento en que Jesús se separa de sus discípulos, la angustia de su alma al rogar que el cáliz se apartara de él, la amorosa respuesta del Padre que envía un ángel para sostenerle, la soledad del Maestro que tres veces encuentra a sus discípulos dormidos en lugar de orar con él, el valor expresado en la resolución final de ir al encuentro del traidor: esta combinación de dolor humano, apoyo divino y ofrecimiento solitario son la clave para acompañar a Jesús en su agonía.
Vive este momento y preparar tu corazón para que el paso de Jesús no te sea indiferente. Descubre su verdadero amor que no deja de hacerse presente ante ti, ante tu corazón que lo siente de manera especial en esta noche.
Nosotros queremos velar junto a él…
Silencio
Antes de terminar también le damos gracias a Dios a la Virgen, pues Ella fue el primer Sagrario, con su sí de aquella mañana, hizo que Cristo se quedara eternamente bajo las especies del pan y el vino.
Ave María, dulce Madre de la Eucaristía.
Con dolor y mucho amor, nos has dado
a tu Hijo Jesús mientras pendía de la Cruz.
Nosotros, débiles criaturas, nos aferramos a Ti
para ser hijos dignos de este
gran AMOR y DOLOR.
Ayúdanos a ser humildes y sencillos,
ayúdanos a amar a todos los hombres,
ayúdanos a vivir en la gracia
estando siempre listos para recibir
a Jesús en nuestro corazón.
Oh María, Madre de la Eucaristía,
nosotros, por cuenta propia, no podremos comprender
este gran misterio de amor.
Que obtengamos la luz del Espíritu Santo,
para que así podamos comprender
aunque sea por un solo instante,
todo el infinito amor de tu Jesús
que se entrega a Sí mismo por nosotros. Amén.
Oración Final:
Gracias, Señor, por tu entrega generosa. Concédenos que nuestra vida sea siempre sincera acción de gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Y que el ejemplo de tu amor nos lleve a amar de verdad a los que nos necesitan y a los que están a nuestro lado. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Pido de una manera especial por quien me ha pasado el texto y las fotografías
Me encanta este tema y no lo había visto, y hay que decir que la Eucaristía es de vital importancia, pues si el Evangelio es la Palabra la Eucaristía es Dios con nosotros un Dios que solo calla esperando que hablemos y sobre todo que aprendamos a cumplir su Voluntad.
Gracias oh Jesucristo por dar tu vida hasta el extremo y por quedarte en el pan y el vino como alimento y compañia.
¡¡¡¡¡¡¡BENDITO Y ALABADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!!!!!!!!!!!
Hora Santa
(Segundo día)
Se canta el Pange Lingua.
Adoracion. (Presidente)
D.- Bendito y alabado sea al Santísimo Sacramento.
R.- Sea por siempre bendito y alabado.
Padre nuestro …. Ave María …. Gloria al Padre ….
Se repite tres veces.
Introducción. (Monitor)
El misterio trae al recuerdo del suplicio despiadado de latigazos innumerables sobre los miembros santos e inmaculados del Señor.
El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo está sujeto a tentaciones humillantes. La voluntad, más débil aún, puede ser arrastrada fácilmente. De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al martirio sangriento; pero sí a la disciplina constante. Por este medio, verdadero “vía crucis” de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su sangre inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás.
Texto bíblico. (Presidente)
Evangelio según San Juan :
“Jesús respondió: -Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo: ¿O sea que tú eres Rey?
Jesús contestó: -Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz.
Pilato le dijo: -¿Qué es la verdad? Y después de decir esto, se dirigió otra vez a los judíos y les dijo: -Yo no encuentro en él ninguna culpa. Vosotros tenéis la costumbre de que os suelte a uno por la Pascua, ¿queréis que os suelte al Rey de los judíos?
Entonces volvieron a gritar: -¡A ése no, a Barrabás! – Barrabás era un ladrón. Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran.”
Reflexión. (Monitor)
Cristo decide entregarse a sí mismo como víctima perfecta al Padre y lo hace voluntariamente, no es juzgado por ladrón o asesino como Barrabas, Él es sumiso y decide someterse.
Tenemos que aprender a no juzgar a los demás como lo hicieron Pilatos o los sumos sacerdotes y sin embargo nosotros creernos exentos de culpas, pues muchas veces juzgamos al justo por cosas que nos han contado personas y siempre mas propensos a condenarlas que a perdonarlas. Sabiendo Cristo como somos y el sometimiento tan grande que tiene el pecado sobre nosotros nos dice:
“No juzguéis, y no seréis juzgados: no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis perdonados.
Pues con la misma vara que mides, será medido.”
Pero no todo se queda en palabras sino que Él decide someterse a todo tipo de humillaciones ya sea ante su pueblo como delante de los romanos, y todo ¿Por qué? Pues por nuestros pecados, el quiere redimirnos a través de Su Sangre nos quiere enseñar a que debemos aprender a ser dóciles y sencillos como El, sabemos que el precio es difícil pero ¿Qué es nuestro sufrimiento, que es justo por los pecados cometidos, comparado con la flagelación del Señor, sabiendo que El no peco sino que lo hizo por nosotros? Por eso sabiendo Cristo como el mundo se comportaría con sus discípulos nos dice a cada uno:
“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros”
Por eso nosotros hemos ante todo seguir a Dios aunque el precio a pagar sean humillaciones o sufrimientos, porque Cristo fue capaz de las peores humillaciones como es la flagelación para nuestro perdón y todo por seguir antes la Voluntad de Dios que la de los hombres, pues El era rey y se rebajo a esclavo, y así poder conocer a Dios.
Pues en estos diez minutos pidámosles a Cristo que en este segundo día nos enseñe a seguir antes a Dios que a los hombres, aunque tengamos que sufrir algunas humillaciones pero sabiendo que El ha sufrido por todos nosotros y que sepamos darle las gracias por tan caro precio a pagar por nuestra salvación.
Oración en silencio durante diez minutos.
Oración final. (Presidente)
Jesús, autor de nuestra salvación. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que diste tu Sangre en precio de nuestro rescate.¡Bendita es tú Sangre preciosa !
Jesús, cuya Sangre nos reconcilia con Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa !
Jesús, que con tu Sangre nos purificas a todos. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tu Sangre limpias culpas. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, por cuya Sangre tenemos acceso a Dios.¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Espíritu cuando bebemos tú Sangre. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, con cuya Sangre pregustamos las delicias del cielo. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que con tú Sangre fortaleces nuestra debilidad. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos das tú Sangre en la Eucaristía. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre es prenda del banquete eterno. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, que nos vistes con tú Sangre como traje del Reino. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Jesús, cuya Sangre proclama nuestro valor ante Dios. ¡Bendita es tú Sangre Preciosa!
Acto de desagravio. (Presidente)
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo Esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Gloria al Padre.
Eso primo, pon los siguientes días, son muy bonitos.
"Letanías del Sagrado Corazón de Jesús"
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros
Jesucristo óyenos.
Jesucristo, escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Trinidad Santa, que eres un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno,
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo,
Corazón de Jesús, al Verbo de Dios substancialmente unido,
Corazón de Jesús, de majestad infinita,
Corazón de Jesús, Templo santo de Dios,
Corazón de Jesús, Tabernáculo del Altísimo,
Corazón de Jesús, Casa de Dios y puerta del cielo,
Corazón de Jesús, Horno ardiente de caridad,
Corazón de Jesús, Santuario de justicia y de amor,
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,
Corazón de Jesús, Abismo de todas las virtudes,
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,
Corazón de Jesús, en que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
Corazón de Jesús, en que mora toda la plenitud de la divinidad,
Corazón de Jesús, en que el Padre se agradó,
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos nosotros hemos recibido,
Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados,
Corazón de Jesús, paciente y muy misericordioso,
Corazón de Jesús, liberal con todos los que te invocan,
Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, colmado de oprobios,
Corazón de Jesús, desgarrado por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,
Corazón de Jesús, con lanza traspasado,
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,
Corazón de Jesús, víctima por nuestros pecados,
Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan,
Corazón de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren,
Corazón de Jesús, delicias de todos los Santos,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.
V.- Jesús manso y humilde de corazón.
R.- Haz nuestro corazón conforme al tuyo.
Oremos: Oh Dios todopoderoso y eterno: mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te tributa; y concede aplacado el perdón a éstos que piden tu misericordia en el nombre de tu mismo Hijo Jesucristo. Quien contigo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.
A finales del siglo XIII en Lieja, Bélgica, surgen una corriente eucarística que da origen a varias costumbres actuales como la Exposición y Bendición con el Santísimo, el uso de campanillas durante la elevación en la misa y la Fiesta del Corpus Christi. Santa Juliana de Mont Cornillón, priora de la Abadía de Cornillón en Leija convenció al Obispo Roberto de Thorete de que estableciera una fiesta en honor a la Eucaristía.
El 1247 se celebró la primera fiesta del Corpus Christi, el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad.
Casi 20 años más tarde, un sacerdote llamado Juan de Parga se dirigía a Roma en busca de una renovación de fe. El sacerdote estaba teniendo fuertes dudas acerca de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Camino a Roma pernoctó en la Iglesia de Santa Cristina en Bolsena, (70 millas al norte de Roma). A la mañana siguiente celebró la Misa y al momento de partir la hostia comenzó a sangrar. El sacerdote envolvió la hostia en el corporal y la llevó ante el Papa Urbano VII, el cual tenía su corte en Orvieto, (muy cerca de Bolsena). A raíz de este milagro y la petición de varios obispos el Santo Padre extiendó la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la "Bula Transiturus".
El Papa Urbano IV ordenó a Santo Tomás de Aquino a que escribiera la liturgia de la fiesta. Ante la muerte de Urbano IV, su precedor Clemente V reiteró la institución de la fiesta en toda la Iglesia. A pesar que ninguno de los decretos hablaba de procesiones con el Santísimo, papas, como Martín V y Eugenio IV concedieron indulgencias a estas procesiones y las mismas se hicieron comunes apartir del siglo XIV.
"Milagro Eucarístico de Bolsena"
En la Basílica de Santa Cristina de Bolsena se guardan con celo, desde hace siete siglos, las reliquias menores del milagro de Bolsena una de las piedras sagradas sobre las cuales se perciben todavía bien visibles grumos de la preciosa Sangre del Redentor , que han alimentado la piedad de generaciones y generaciones de fieles.
El hecho eucarístico milagroso acaeció hacia 1264, en una región que fue testigo de las vicisitudes del papado, y va vinculada al nombre de dos de los más poderosos exponentes del pensamiento teológico: Tomás de Aquino y Juan Fidenza, más conocido con el nombre de San Buenaventura.
Un sacerdote de Praga, atormentado por dudas acerca de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, mientras dividía la Hostia santa en la celebración de la Misa, vio el corporal lleno de sangre que brotaba de las sagradas especies. Asombrado y aturdido por tan gran prodigio, le vino la duda de si había de terminar o seguir la Misa.
En la esperanza de ocultar a los presentes lo sucedido y con el deseo de pedir ayuda y explicación a la competente autoridad, resolvió suspender la celebración de la Santa Misa, y, recogidas las sagradas especies en paños sagrados, corrió a la sacristía, sin reparar que, en el trayecto, algunas gotas de la preciosísima Sangre habían caído sobre el mármol del pavimento. Esto sucedía en la Basílica de Santa Cristina, sobre el altar puesto bajo el baldaquino de mármol lombardo.
Cuando acaecía este milagro, era Ministro General de los Franciscanos Juan Fidenza, conocido bajo el nombre de Buenaventura de Bagnorea, ciudad natal del Santo, a pocos kilómetros de Bolsena. Profundo conocedor de los hombres y de los lugares, el Doctor Seráfico fue encargado por el Papa Urbano IV de presidir la comisión de teólogos instituida para controlar la verdad de los hechos.
Realizado su cometido por la comisión, confirmó la verdad del milagro, y el Papa ordenó a Jaime Maltraga, Obispo de Bolsena, que le llevase a Orbieto, donde tenía su residencia, el sagrado corporal, el purificador y los linos manchados de sangre. Acompañado el Papa de su corte, salió al encuentro de las sagradas reliquias, y, en el puente de Rivochiero, tomó entre sus manos el sagrado depósito y lo llevó procesionalmente a Orbieto.
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo Esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos. Amén!
Via Crucis en la JMJ Madrid 2011. Texto compuesto por las Hermanas de la Cruz, Orden fundada por santa Ángela de la Cruz en Sevilla en 1875.
Primera Estación
Última Cena de Jesús con sus discípulos
Y tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 19–20).
Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una.
Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–21). El amor fortalece la unidad. Y les dice: «Que os améis unos a otros» (Jn 13, 34). El amor fiel es humilde: «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
Unidos a la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda persecución y discriminación por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en justicia, la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.
Segunda Estación
El beso de Judas
«Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás» (Jn 13, 26).
«Se acercó a Jesús… y le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).
En la Cena se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). Y ahora, a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar» (Jn 13, 21).
Judas se siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada. Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El corazón de Judas se había estrechado y se fue a contar su dinero, para después entregar a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha, le dice: Amigo. Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible sufrimiento provocado por la división entre hermanos y la lucha fratricida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las dolorosas traiciones.
Tercera Estación
Negación de Pedro
«¿Con que darás tu vida por mí? En verdad en verdad te digo: no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces» (Jn13, 37).
Un cristiano tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es no tener miedos, sino saber vencerlos.
El cristiano valiente no se esconde por vergüenza de manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti» (Lc 22, 31). «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme» (Lc 22, 34). Y el apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo conozco» (Lc 22, 57). Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira…, él se estremece recordando sus palabras…, y llora con amargura su traición. La mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar.
Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de su fe, que tienen respetos humanos, que les falta valentía para defender la vida desde su inicio, hasta su término natural, o quieren quedar bien con criterios no evangélicos. El Señor los mira para que, como Pedro, hagan acopio de valor y sean testigos convencidos de lo que creen.
Cuarta Estación
Jesús, sentenciado a muerte
«Es reo de muerte» (Mt 26, 66).
«Entonces se lo entregó para que lo crucificaran» (Jn 19, 16).
La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y, un día, la maldad juzgó y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume nuestra humanidad y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes de ellos (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la Cruz. Como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53, 3), expuso su vida a la muerte (Is 53, 12).
Lo que más impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa, es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), fue azotado, machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).
En el silencio de Dios, están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que, en silencio, esperan la salvación de Dios.
Quinta Estación
Jesús carga con su cruz
«Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo» (Mc 15, 20).
«Y, cargando Él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera”» (Jn 19, 17).
Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta la vida. Entre las cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el interior del hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las relaciones humanas. «Porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidas, adulterios fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias» (Mt 15, 19). La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Él llevo nuestros pecados en su cuerpo (1Pe 2, 24). Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la cruz redentora. Pero la cruz por sí sola, no nos salva. Nos salva el Crucificado.
Cristo hizo suyo el cansancio, el agotamiento y la desesperanza de los que no encuentran trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el empeño por conseguir una vida más justa y digna.
Sexta Estación
Jesús cae bajo el peso de la cruz
Triturado por nuestros crímenes (Is 53, 5).
Jesús cayó bajo el peso de la cruz varias veces en el camino del Calvario (Tradición de la Iglesia de Jerusalén).
La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que perdiera el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura de la corona de espinas, el peso del madero…, ¡no hay palabras para describir el dolor que Cristo debió experimentar! Todos, alguna vez, hemos tropezado y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos para no hacer el ridículo! Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor riendo con sorna y dándole algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo, qué humillación, Dios mío! Dice el salmo: «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza» (Sal.22, 7–8). Jesús sufre con todos los que tropiezan en la vida y caen sin fuerzas víctimas del alcohol, las drogas y otros vicios que les hacen esclavos, para que, apoyados en Él, y en quienes los socorren, se levanten.
Séptima Estación
El Cirineo ayuda a llevar la cruz
«Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo» (Lc 23, 26). «Y lo forzaron a llevar su cruz» (Mt 27, 32).
Simón era un agricultor que venía de trabajar en el campo. Le obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la imposición, por parte de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la fuerza. Al contacto con Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina compartiendo la situación de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio, lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos descubrir lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas que nos necesitan!
Jesús se ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo. Miles de jóvenes marginados de la sociedad, de toda raza, condición y credo, encuentran cada día cirineos que, en una entrega generosa, caminan con ellos abrazando su misma cruz.
Octava Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
«Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”» (Lc 23, 27–28).
«El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).
Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir nuevos crímenes… Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia y perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo.
Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regímenes ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad.
Novena Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
«Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte» (Mc 15, 24).
«De la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa» (Is 1, 6).
Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo, Jesús permanece de pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica, se la quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación, ni mayor desprecio.
Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior de la persona, su intimidad, su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque quiso cargar con todos los pecados contra la integridad y la pureza, y murió para quitar los pecados de todos (Hb 9, 28).
Jesús padece con los sufrimientos de las víctimas de genocidios humanos, donde el hombre se ensaña con brutal violencia, en las violaciones y abusos sexuales, en los crímenes contra niños y adultos. ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!
Décima Estación
Jesús es clavado en la cruz
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda (Lc 23, 33).
Habían conducido a Jesús hasta el Gólgota. No iba solo, lo acompañaban dos ladrones que también serían crucificados. Lo crucificaron; y, con Él, a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús (Jn 19, 18). ¡Qué imagen tan simbólica! El Cordero que quita el pecado del mundo se hace pecado y paga por los demás. El gran pecado del mundo es la mentira de Satanás, y a Jesús lo condenan por declarar la Verdad: su ser Hijo de Dios. La verdad es el argumento para justificar la crucifixión. Es imposible describir lo que padeció físicamente el cuerpo de Cristo colgando de la cruz, lo que sufrió moralmente al verse desnudo crucificado entre dos malhechores y sentimentalmente, al encontrarse abandonado de los suyos.
Jesús en la cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven clavados a situaciones dolorosas, como tantos padres y madres de familia, y tantos jóvenes, que, por falta de trabajo, viven en la precariedad, en la pobreza y la desesperanza, sin los recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y llevar una vida digna.
Undécima Estación
Jesús muere en la cruz
«Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 46).
«Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas» (Jn 19, 33).
Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. Pilatos autorizó que les quebraran las piernas para acelerarles la muerte y no quedaran colgados durante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un soldado, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron las Escrituras: No le quebrarán ni un hueso.
El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es momento sagrado de contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado…, pagando el precio de nuestras maldades, de mis maldades…
Señor, pequé, ¡ten misericordia de mí, pecador! Amén.
Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él?
Ante el drama de tantas personas crucificadas por diferentes discapacidades, ¿lucho por extender y proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida?
Duodécima Estación
El descendimiento de la cruz
«Pilatos mandó que se lo entregaran» (Mt 27, 57).
«José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia» (Mt 27, 59).
Cristo ha muerto y hay que bajarlo de la cruz. Acerquémonos a la Virgen y compartamos su dolor. ¡Qué pasaría por su mente! «¿Quién me lo bajará? ¿Dónde lo colocaré?» Y repetiría de nuevo como en Nazaret: «¡Hágase!» Pero ahora está más unida a la entrega incondicional de su Hijo: «Todo está consumado». Entonces aparecieron José de Arimatea y Nicodemo, que, aunque pertenecientes al Sanedrín, no habían tenido parte en la muerte del Señor. Son ellos quienes piden a Pilatos el cuerpo del Maestro para colocarlo en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que estaba cerca del Calvario.
Cristo ha fracasado, haciendo suyos todos los fracasos de la Humanidad. El Hijo del hombre ha sido eliminado y ha compartido la suerte de los que, por distintas razones, han sido considerados la escoria de la Humanidad, porque no saben, no pueden, no valen. Son, entre otros, las víctimas del sida, que, con las llagas de su cruz, esperan que alguien se ocupe de ellos.
Decimotercera Estación
Jesús en brazos de su madre
«Una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 34).
«Ved si hay dolor como el dolor que me atormenta» (Lam 2, 12).
Aunque todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos momentos tan dolorosos la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra conciencia de pecadores arrepentidos le servirá de consuelo.
Con actitud filial, situémonos a su lado, y aprendamos a recibir a Jesús con la ternura y amor con que ella recibió en sus brazos al cuerpo destrozado y sin vida de su Hijo. «¿Hay dolor semejante a mi dolor?»
Y, mientras preparaban el cuerpo del Señor según se acostumbra a enterrar entre los judíos (Jn 19, 40) para darle sepultura, María, adorando el Misterio que había guardado en su corazón sin entenderlo, repetiría conmovida con el profeta:
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!» (Mq 6, 3).
Al contemplar el dolor de la Virgen, hacemos memoria del dolor y la soledad de tantos padres y madres que han perdido a sus hijos por el hambre, mientras sociedades opulentas, engullidas por el dragón del consumismo, de la perversión materialista, se hunden en el nihilismo de la vaciedad de su vida.
Decimocuarta Estación
Jesús es colocado en el sepulcro
«Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús» (Jn 19, 42).
«José de Arimatea rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó» (Mt 27, 60).
Por la proximidad de la fiesta, se dieron prisa en preparar el cuerpo del Señor para colocarlo en el sepulcro que ofrecieron José y Nicodemo. El sepulcro era nuevo, a nadie se había enterrado en él.
Una vez colocado el cuerpo sobre la roca, José hizo rodar la piedra de la puerta, quedando la entrada totalmente cerrada. Si el grano de trigo no muere…
Y, después del ruido de la piedra al cerrar el acceso al sepulcro, María, en el silencio de su soledad, aprieta la espiga que ya lleva en su corazón como primicia de la Resurrección.
En esta espiga recordamos el trabajo humilde y sacrificado de tantas vidas gastadas en una entrega sacrificada al servicio de Dios y del prójimo, de tantas vidas que esperan ser fecundas uniéndose a la muerte de Jesús.
Recordamos a los buenos samaritanos, que aparecen en cualquier rincón de la tierra para compartir las consecuencias de las fuerzas de la naturaleza: terremotos, huracanes, maremotos…
Oración del Papa a la Virgen
«Madre y Señora nuestra, que permaneciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al concluir este Vía Crucis, ponemos en ti nuestra mirada y nuestro corazón. Aunque no somos dignos, te acogemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te recibimos como Madre nuestra. Te acompañamos en tu soledad y te ofrecemos nuestra compañía para seguir sosteniendo el dolor de tantos hermanos nuestros que completan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, enjuga sus lágrimas, sana sus heridas y acrecienta su esperanza, para que experimenten siempre que la Cruz es el camino hacia la gloria, y la Pasión, el preludio de la Resurrección».